miércoles, 28 de octubre de 2015

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No sabría decir con certeza dónde me encontraba.
Sí, ya, en aquella calle, en aquella parada. Pero, ¿dónde?

Podía escucharme por dentro. Las mareas se desbordaban como locas, chocaban contra mis paredes, rompían mis vidrios y las lascas me arañaban las tripas. Dentro de mí, tomó vida y nació un perfecto amasijo de sangre y cristales. Entonces preferí mirar lo que había fuera, lo que me rodeaba, pero me di cuenta de que en ningún momento había cerrado los ojos. No veía. No veía nada. No existía nada allí fuera. Solo veía la sangre, los cristales. Veía con los ojos mis propios gritos, los que no salían de mi boca, sino de mis tripas, donde supongo que en alguna parte se encontraba mi corazón.

lunes, 18 de mayo de 2015

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Nadie nos lo dijo. Nadie nos lo avisó. No nos habían preparado para esto. Pero el futuro se vistió con el traje nuevo del emperador. El manantial se secó, y nos vimos obligados a sincronizar nuestros días raros. Nos vimos obligados a descubrir un perfil oculto. Nos vimos obligados a buscar y soñar en ecos impensables. Nos vimos obligados a palpar el frío y la dureza del muro de cristal. Nadie nos avisó. Pero lo hicimos.

Entonces, te vi.

Dulzura quieta, sin tempestad ni dolor. Descanso y alivio. Hermosa tranquilidad. Paz y luz blanca. Vida en su huida hacia la montaña más alta. Perfecto y reconfortante. La mano siempre tendida. El camino recto, los pasos hacia delante, el ejemplo a seguir. La memoria de mil vidas. El sueño perfecto. La esencia, lo puro, lo eterno. 

Todo yace en ti. 
Todo late en alguna parte de tu viento.
Todo vive en ti, siempre listo.

lunes, 9 de febrero de 2015

Despierta

Sin querer, llegará abril, pero oscuro y sin claveles. Y tú mirarás los días como quien mira la nieve caer sobre la ciudad, alunada y siempre hambrienta. Y la crisis va llenando de dormidos las cunetas. Y tú hibernando, ausente, exhausto y sin latido, vencido por el miedo y la luz de los mercados, cansado ya, quizá de estar perdido. Perdido...
Cuando el trabajo te escupa cual carozo de cereza, rodarás pendiente abajo. No quedará quien proteja a la virgen del dragón. Cuando suenen las alarmas, la marea habrá subido acorralándote en la cama. Despertarás entonces, desarmado y cautivo. Y como quien regresa a la casa en que fue niño, todo parecerá más pequeño, más oscuro: el horizonte, la llama y el futuro.
Y entonces dime qué harás.
El invierno llegará, arañándote la espalda. Mirarás el telediario como quien lee un telegrama que trae pésames y flores. Mientras mascas los silencios, te robarán la memoria nigromantes y usureros, aquellos que ahora bailan celebrando la hoguera en que arde tu futuro, herido de hipotecas. De dulce mansedumbre, narcótica ceguera, herido y desangrado, el futuro aún espera.
Despierta, ya verás que te están esperando, paciendo en el portal, una reata de pegasos para cruzar el cielo tras la estrella del vencido y hacerse las preguntas que exigen estar aún vivo.
Despierta, has de pintar nuevas constelaciones para que navegantes extraviados en la noche encuentren el camino que les acerca al mañana, en el que Prometeo burla al dios y trae la llama.
Que el destino no parió la miseria en la que duermes; nació de las voluntades de mil hombres y mujeres. Que nada está escrito para siempre. Despierta.
Por favor, despierta...



sábado, 10 de enero de 2015

Punto muerto

Se rompieron las ventanas.
El gran impacto las rompe y una voz me sentencia. Una voz que admite que, no pocas veces, ha sido tentada a coger la esperanza y dejarla ir. Que susurra y grita al mismo tiempo ante lo absurdo de ver cómo se le escurre el tiempo mientras ella se encierra por no poder crecer más. Que habla y está ausente. Mi voz.
Y caen los cristales, chocan contra el suelo. El gran golpe llega sin movimiento. Me sorprendo ante esa gran capacidad de devastación; "¿cómo lo hará?", pienso. Miles de cristales salpican mi cuerpo, abren múltiples heridas en mi piel; "¿cómo lo hará?", pienso. Tiembla la tierra bajo mis pies, pierdo el equilibrio, caigo de bruces contra el suelo. Estoy abrumada, impresionada. Y al caer, pequeñas lascas de cristal se adentran algo más en mí, y como si fueran presa de alguna atracción brutal, se incrustan entre los tejidos, se adentran más y más, como si nunca fuese suficiente; "¿cómo lo hará?", pienso. Estaban tan dentro de mí que apenas podía mover un solo músculo. Los cristales rotos ya eran parte de mí, y sin darme cuenta, también yo acabé siendo parte de ellos. Y durante aquella ausencia brutal de equilibrio, me sacudió el síndrome de Stendhal. Qué forma tan majestuosa de ser caos..."¿Cómo lo hará?", pienso.
Nos encantan las mentiras. Sobre todo si están dichas de verdad.