miércoles, 28 de octubre de 2015

*

No sabría decir con certeza dónde me encontraba.
Sí, ya, en aquella calle, en aquella parada. Pero, ¿dónde?

Podía escucharme por dentro. Las mareas se desbordaban como locas, chocaban contra mis paredes, rompían mis vidrios y las lascas me arañaban las tripas. Dentro de mí, tomó vida y nació un perfecto amasijo de sangre y cristales. Entonces preferí mirar lo que había fuera, lo que me rodeaba, pero me di cuenta de que en ningún momento había cerrado los ojos. No veía. No veía nada. No existía nada allí fuera. Solo veía la sangre, los cristales. Veía con los ojos mis propios gritos, los que no salían de mi boca, sino de mis tripas, donde supongo que en alguna parte se encontraba mi corazón.