Hay días que escuecen y parecen querer diseccionarte y abrir tu pecho en dos. Hay veces en las que no sirve de nada correr, dejarlo ir o mirar hacia otro lado. Hay noches en las que tus ojos duelen al dormir y mañanas en las que aún persiste el estruendo en tus ojeras. Hay cuchillos que vuelan por el aire y verdades que se arrastran, miserables, por el suelo, sin nadie que las recoja y les de calor, o al menos un sitio donde pasar el rato. Hay momentos vacíos y muertos donde se van hundiendo sin ser conscientes mis ojos yertos. Hay incendios y también nieve, torbellinos y calma.
Y quizá, a estas alturas, resulte tan ridícula como crédula, y sea la única que recuerde la brisa de aquella tarde. Quizá fui la única que te sintió allí de nuevo, o que creyó sentirte. Quizá sólo me engañaba. Quizá yo no te inundaba cuando me vertía en tu mirada, quizá no llegue a tanto...¿llegué acaso a nada? Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya, y amontonado en tu arena, guardo amor, juegos y penas. Tan pronto como te acercas, te vas, después de besar mi aldea. Quizá fue que bajé la guardia, quizá fue que nunca tuve el valor de alzarla contigo, quizá cuando te veo me hago pequeña y grande a la vez, quizá seas el único que sepa contarme mil historias y leerme a la vez. Quizá todo esto sea humo y yo estúpida.
Y ahora siempre tiemblo y tengo frío y, en el silencio que me regalas, te busco a ciegas negando las respuestas que tanto miedo me provocan. Y yo lo veo todo desde fuera y desde dentro a la vez, protagonista y secundaria de mi propia historia y de mi propia piel, me siento y me veo romper. Pierdo el rumbo, arruino mi equilibrio, se tambalean mis cimientos y mis ojos (dentro y fuera) se clavan en el barro; el viejo lodo ha vuelto. Pero no hago nada, ya no encuentro fuerzas y me dejo inundar. El vacío hace su trabajo y, a fuerza de desventuras, moldea a mi alma, y la hace más profunda y oscura.
¿Dónde está aquella mujer perfumada de brea?
La que se añora y se teme, la que se conoce y se quiere...
lunes, 27 de marzo de 2017
miércoles, 22 de marzo de 2017
Esquemas rotos
La realidad se derrumba ante mis ojos, lentamente. Observo con total nitidez como estalla, se resquebraja y se hunde, envuelta en un silencio helado y mordaz. Y yo me hago pequeña, olvidé cómo hablar. ¿Cuándo me hice tan insignificante ante mis propios ojos? Como un triste sueño, allí estaba sin saber cómo ni por qué. Trataba de articular alguna palabra, hacerme ver que podía reaccionar, que podía manejar la situación, pero apenas conseguía mover la boca. Ni siquiera podía apartar la vista. Aquello tenía una belleza tan peculiar y dolorosa...
[...]
Te rodea la magia. Tus palabras nacen de una profundidad abismal. Tu mirada se clava, se agarra y se queda para siempre. Tu voz atrapa y baila por mi cuerpo, inocente y juvenil, repleta de vida y de deseo. Tus movimientos no pesan y te elevas. Transformas la habitación, la llenas con tu figura, con tu olor, con tu risa de niño. Plasmas para siempre en mí aquel pequeño y hermoso zaguán, donde tu luz volvió a ser faro, donde nuestras miradas se atravesaron con delicadeza, donde nos desnudamos sin quitarnos la ropa y abrazaste una vez más a mi alma con aquella facilidad ya olvidada...
[...]
Habitación en penumbras. De los rincones salen monstruos, los que me saludaban desde debajo de mi cama, aunque aún no se atreven a tocar los rayos de luz; aquellos que intento mantener, con los que rodeo mi cuerpo y trato de protegerme. Pero ellos huelen mi miedo y yo lo sé. Todos, en la habitación en penumbras, somos conscientes de la situación, conocemos mi mente y me miran directos a los ojos. Me hablan con esos desagradables gruñidos, me arañan las tripas con sus palabras y el ruido me desvela y me corrompe. Yo intento abrazar a mis pobres rayos de luz, cuidarlos y sostenerlos en mi pecho, en mi calor, dentro de mí. Pero la habitación en penumbras se va llenando de seres extraños y a los monstruos les crece el pelo cada vez más, aumentan de tamaño y sus garras casi me rozan, sedientas de luz y de sangre.
[...]
Llega el desencuentro y me desbordo. Se derrama el océano dentro de mí y la tempestad me amenaza. Mi luz parece haberse ido y los monstruos me miran con brillo de matar. La realidad comienza a temblar y llegan las primeras grietas, y escucho a lo lejos los primeros derrumbes, las primeras caídas y el eco de mil sombras rumbo a mi corazón. Los monstruos dan un paso adelante, vienen a por mí. Me tiembla el corazón y noto cómo se encoge. Miro hacia arriba y les planto batalla...
[...]
Al final, la sed es demasiado fuerte. Y tu luz, una soñada fuente.
[...]
Te rodea la magia. Tus palabras nacen de una profundidad abismal. Tu mirada se clava, se agarra y se queda para siempre. Tu voz atrapa y baila por mi cuerpo, inocente y juvenil, repleta de vida y de deseo. Tus movimientos no pesan y te elevas. Transformas la habitación, la llenas con tu figura, con tu olor, con tu risa de niño. Plasmas para siempre en mí aquel pequeño y hermoso zaguán, donde tu luz volvió a ser faro, donde nuestras miradas se atravesaron con delicadeza, donde nos desnudamos sin quitarnos la ropa y abrazaste una vez más a mi alma con aquella facilidad ya olvidada...
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Habitación en penumbras. De los rincones salen monstruos, los que me saludaban desde debajo de mi cama, aunque aún no se atreven a tocar los rayos de luz; aquellos que intento mantener, con los que rodeo mi cuerpo y trato de protegerme. Pero ellos huelen mi miedo y yo lo sé. Todos, en la habitación en penumbras, somos conscientes de la situación, conocemos mi mente y me miran directos a los ojos. Me hablan con esos desagradables gruñidos, me arañan las tripas con sus palabras y el ruido me desvela y me corrompe. Yo intento abrazar a mis pobres rayos de luz, cuidarlos y sostenerlos en mi pecho, en mi calor, dentro de mí. Pero la habitación en penumbras se va llenando de seres extraños y a los monstruos les crece el pelo cada vez más, aumentan de tamaño y sus garras casi me rozan, sedientas de luz y de sangre.
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Llega el desencuentro y me desbordo. Se derrama el océano dentro de mí y la tempestad me amenaza. Mi luz parece haberse ido y los monstruos me miran con brillo de matar. La realidad comienza a temblar y llegan las primeras grietas, y escucho a lo lejos los primeros derrumbes, las primeras caídas y el eco de mil sombras rumbo a mi corazón. Los monstruos dan un paso adelante, vienen a por mí. Me tiembla el corazón y noto cómo se encoge. Miro hacia arriba y les planto batalla...
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Al final, la sed es demasiado fuerte. Y tu luz, una soñada fuente.
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