Me vi situada entre dos espejos, en el centro de miles de caras reflejadas unas en otras, de miradas que se clavaban en mí y que eran las mías propias. Mi torpeza fue brutal, 'nunca encontraré un lugar donde al fin me entienda'. Me perdí en mi universo...y tú. En millones de mundos que iban a estallar si mi vida era la apuesta, en ti y en nuestras casualidades del revés, en nuestra suerte incomprendida, en nuestros momentos de desencuentro constante, en nuestro imán casi innato. Infinita ingenuidad, ilusión centesimal, me creía tan capaz... Podría ser tan fácil. Sería espectacular si fueran reversibles aquellas noches de incendio.
En la oscuridad, cuando nadie me ve, cuando no hay espejos y huyo incluso de mis miradas, escapo hacia ti. Te veo en aquel primer encuentro y me veo a tu lado. Observo cómo aquel día hiciste algo mágico: me enviaste hasta el espacio y me devolviste a mi cama; supe que ya te llevaba dentro. Visito las miradas que gritaban todo lo que los dos callábamos, cuando empezábamos a ser contradicción. Respiro el momento de uno de nuestros abrazos, tan únicos y diferentes. Me cuelo en aquel parque donde nos sentamos la primera vez que nos perdimos, entre lágrimas y demasiada incomprensión. Cuando te marchas, me quedo allí sentada durante meses y al fin, consigo levantarme y abandonar aquel banco. Revivo el reencuentro, tiempo después, aquella noche, y vuelvo a ser una niña cuando miro en tus ojos. Y me empapo de todo lo que volvió a despertar, y me pregunto si alguna vez se fue del todo, y escucho la respuesta dentro de mi pecho: 'no'. Y aunque no lo digo en voz alta, admito que jamás te has ido, que jamás quise dejarte ir. Pero entonces sé que pronto serás de viento. Que cuando mis dedos te toquen, te desvanecerás. Que llegará otra pérdida, justo cuando pensaba que te volvía a recuperar. Y llega. Nos miro desde fuera, sentados, rotos en silencio, los ojos húmedos, la boca seca, las manos frías. Charlamos y bebemos, para amortiguar el dolor quizá. El humo nos ayuda a esconder la realidad por momentos. Y de fondo, como un ruido sordo, el peso de saber que los minutos que compartimos, los que tratamos de alargar, son los últimos. El peso de un segundo adiós. El peso de no saber cuándo volveremos, si volvemos. El peso del 'no te vayas' que no te pude pedir, el peso del 'no te vayas' que quisiera cumplir.
Entonces despierto entre amargos espejos. Me vuelven a acechar todas mis miradas, me hago pequeña. Y escondo tras mi rostro que, aunque ya no te pueda mirar, siempre te veo. Que no podré enterrarte. Que la respuesta sigue latiendo en mi pecho. Que el tiempo hace trampas. Que le haré trampas al sol y volveré a la oscuridad donde nadie me ve, donde nadie nos mira.
Donde pueda volverte a ver...aunque tú no lo sepas.