Puede que un día lo haga.
Puede que coja todos tus recuerdos por el cuello,
los sujete con mis dos manos
y les grite a la cara que se acabó.
Puede que un día me mire al espejo
y ya no te encuentre más allí,
al final de mis pupilas,
reflejándote en mis retinas como si nada.
Puede que un día lo tire todo al suelo,
con rabia e impotencia,
y lo estrelle todo contra ti,
contra mí,
contra lo imposible.
Puede que un día al desnudarme
no broten de mi pecho todas las canciones
que ataste con cadenas a tus ojos,
aquellas que compartimos sin compartirnos aún,
pero que aullaban a la luna
todos los mensajes entre líneas.
Puede que un día, entre los bares,
deje de recordar aquel al que nunca había ido
y que pisé contigo por primera vez.
Puede que olvide la gracia de toda esta casualidad,
puede que me canse de estar maldita,
puede que me maldiga a mí misma,
puede que mis pasos ya no piensen hacia atrás.
Puede que un día lo haga.
Puede que un día acepte
la sucesión de casualidades
de pasos
de calles
de decisiones
de bares
de sitios
de cambios
que, años después,
nos llevó a tenernos uno frente al otro,
sentados en la terraza de un bar
sin entender que somos desconocidos
con el pecho ardiendo.
Puede que un día acepte que es algo normal.
Puede que acepte
que recordarnos de esta manera
sin haber cruzado palabra jamás
y burlarnos del tiempo que ha pasado cuando nos encontramos,
es normal.
Puede que acepte
que hablar sin palabras
y entendernos
y mirar dentro del otro con tan solo asomarse a sus ojos,
es normal.
Puede que acepte
que esta llegada magistral,
esta entrada en mi vida
de una persona como tú,
con toda su música
con toda su mente
con toda su historia
con toda su sensibilidad,
es normal.
Puede que un día acepte
que toda esta casualidad
con su magnitud titánica y sus ganas de ser,
me ha abrazado para irse como llegó.
Puede que un día lo haga.
Y supongo que es que, al final,
me resisto,
me niego,
y alejo de mí la posibilidad de contemplar
que nada de esto ha tenido sentido.
Y ya sé que no se entiende,
que estas cosas no hay quien las entienda,
pero yo sólo quería abrazarlo todo
y sonreír
y brindar
y compartir,
sin más.
Pero no te preocupes,
sé que un día,
un día...
...lo haré.
miércoles, 17 de octubre de 2018
jueves, 20 de septiembre de 2018
La llegada
Se me caen las palabras al suelo y allí, en el suelo, se rompen. Y yo las miro desde arriba. Pobres. Inconsciente de mí, sin saber que yo soy ellas, que ellas me hacen a mí y se están quebrando. Pero cómo mantenerlas a flote. Cómo mantener mis palabras en calma, quietas, castigadas. Que no hablen, que se callen, que me traicionan y ya no hay vuelta atrás.
Ya no importa; ya han llegado. Están dentro de mí. Me arañan y me acarician con movimientos imposibles. Mis palabras ya no pueden hacer nada. Me han mirado y me han visto por dentro, donde no existe lenguaje ni avance humano para que un sonido moldeado pueda tener sentido. Allí reina lo primitivo, lo natural, lo inesperado y el impulso. Todo es salvaje y pura calma. Los conceptos del mundo real desaparecen allí dentro, la realidad visual que nos rodea se esfuma. Ya no sé lo que es real y lo que no. ¿Estoy soñando? Me lanzan esa posibilidad, la de pensar que nada de esto esté ocurriendo en realidad y mientras, dentro de mí, algo me susurra que espera que no.
Yo sólo puedo mirarles y admirar la brutalidad de su llegada. Intentar comprender cómo llegaron a estar frente a mí, y luego más cerca, y un poco más, y alcanzarme por dentro. Caminan por mis rincones, me surcan y me recorren. Recorto y memorizo sus siluetas, sus líneas, en mis pupilas, en silencio. Lo guardo todo, como si de un tesoro se tratase. Como algo íntimo y personal, cargado de esencia. Con una delicadeza extrema comprendo que guardo memorias que me acariciarán siempre que las vuelva a mirar de frente. Tal y como hacen ellos, con su huella única, desconocida y esperada. Con su huella incesante, como una corriente de aire fresco.
¿Qué me han hecho? ¿Cómo lo han hecho? Ni siquiera ellos lo saben, tan sólo ocurre. Pero no importa, ¿qué podríamos haber perdido? Es todo lo que entendemos cuando no tenemos nada que entender. Deseo mirarles también y eso hago. Dejo que me abriguen. Ellos me rodean, y de qué manera... Pareciera que el aire se pudiese romper en mil pedazos cuando se acercaban a mí. El silencio se palpa, y ni siquiera recuerdo cómo respirar. Mis músculos, mi cuerpo, ya no responde ante mí. Estoy perdida en toda aquella belleza. Y lo acepto. Estoy gritando sin palabras y sin voz a los cuatro vientos. Y lo acepto. Ellos recortan distancias, invaden mis entrañas como si fueran olas del mar, llegan sin avisar, pero están ahí, mirándome. Saben leerme. Y yo los abrazo, sin miedo, sin tapujos, sin más. Voy a saltar.
¿Que de qué hablo?
De los lobos, mi niño.
De tus lobos.
Ya no importa; ya han llegado. Están dentro de mí. Me arañan y me acarician con movimientos imposibles. Mis palabras ya no pueden hacer nada. Me han mirado y me han visto por dentro, donde no existe lenguaje ni avance humano para que un sonido moldeado pueda tener sentido. Allí reina lo primitivo, lo natural, lo inesperado y el impulso. Todo es salvaje y pura calma. Los conceptos del mundo real desaparecen allí dentro, la realidad visual que nos rodea se esfuma. Ya no sé lo que es real y lo que no. ¿Estoy soñando? Me lanzan esa posibilidad, la de pensar que nada de esto esté ocurriendo en realidad y mientras, dentro de mí, algo me susurra que espera que no.
Yo sólo puedo mirarles y admirar la brutalidad de su llegada. Intentar comprender cómo llegaron a estar frente a mí, y luego más cerca, y un poco más, y alcanzarme por dentro. Caminan por mis rincones, me surcan y me recorren. Recorto y memorizo sus siluetas, sus líneas, en mis pupilas, en silencio. Lo guardo todo, como si de un tesoro se tratase. Como algo íntimo y personal, cargado de esencia. Con una delicadeza extrema comprendo que guardo memorias que me acariciarán siempre que las vuelva a mirar de frente. Tal y como hacen ellos, con su huella única, desconocida y esperada. Con su huella incesante, como una corriente de aire fresco.
¿Qué me han hecho? ¿Cómo lo han hecho? Ni siquiera ellos lo saben, tan sólo ocurre. Pero no importa, ¿qué podríamos haber perdido? Es todo lo que entendemos cuando no tenemos nada que entender. Deseo mirarles también y eso hago. Dejo que me abriguen. Ellos me rodean, y de qué manera... Pareciera que el aire se pudiese romper en mil pedazos cuando se acercaban a mí. El silencio se palpa, y ni siquiera recuerdo cómo respirar. Mis músculos, mi cuerpo, ya no responde ante mí. Estoy perdida en toda aquella belleza. Y lo acepto. Estoy gritando sin palabras y sin voz a los cuatro vientos. Y lo acepto. Ellos recortan distancias, invaden mis entrañas como si fueran olas del mar, llegan sin avisar, pero están ahí, mirándome. Saben leerme. Y yo los abrazo, sin miedo, sin tapujos, sin más. Voy a saltar.
¿Que de qué hablo?
De los lobos, mi niño.
De tus lobos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)