martes, 26 de febrero de 2019

Bajo la superficie

En lo más superficial, lejos de lo profundo. Ahí me escondo. Mi nuevo hogar, donde ya no sé quién soy, qué quiero, no recuerdo hacia dónde iba, qué me gustaba, qué necesito. Simplemente, corro. En todas direcciones, como loca, como aturdida, alterada, dando un traspiés tras otro. Pero, ¿qué más da? ¡Cuidado! No pares. No bajes el ritmo, mantente alerta, arriba, activa, incesante, exigente, altiva, viva. A lo lejos, pero dentro de mí, escucho esa voz quejumbrosa, lastimera, que me ruega una pausa, me ruega una grieta sana, un quebranto al fin. Me pide romper, dejar salir todo que lo habita en la profundidad de todo lo que soy. Me habla, me llora, me suplica; que ya basta, que no continúe, que me detenga, que debo romper, que debo estallar, que debo escuchar. No. No. Hoy no. Ni mañana. Que me deje, que se aleje, que no llore, que no grite. Que calle y duela en silencio, que no puedo mantenerme y escucharla al mismo tiempo. Que lo entienda, que me permita no parar, que me destierre de su pena; yo reniego de su triste cantar. Aunque eso signifique renegar de mí misma. Estos son los precios que pagamos al final, ¿verdad?

¿Qué será de ti? De tu vida, de tu cama, de tu ropa, de tu olor, de tu pelo y su selva, de tus ojos sin fin, de tus dientes, de esa sonrisa única que se hunde en mi mente como un cuchillo, de tu guitarra y su rincón, de tus cuadros y tus fotos y sus ángulos ordenados, de tu coche y su maletero despeinado, de tu MP3 lleno de joyas musicales, de tu perro y vuestros paseos, de las plantas de tu pequeño balcón, de tu luz y del sol que baña las ventanas de tu habitación a mediodía, de tu voz cuando susurra frases imposibles, del cuento que descansó sobre tu mesita de noche, cada noche, junto a ti... Y mientras trato de no responder a nada de esto, mientras trato de no encontrar por ningún medio esas respuestas, nado hacia la superficie, buscando aire. Rápida. En busca de una enorme bocanada de oxígeno. No quiero ahogarme, por favor. No quiero quedarme ahí abajo. Que me dejen salir, una vez más, un día más, un minuto más, sólo uno. 

Sólo
un
paso
más.

¿Conoces esa sensación, mientras logras escapar de tu monstruo, que al mismo tiempo sabes que tarde o temprano no podrás escapar más? ¿Que llegará un momento, un día de estos, en que te alcanzará y te pondrá fin? Una carrera a contrarreloj. Un pulso a la vida, con la certeza de que perderás en cualquier momento. Podrás imaginarlo. ¿Podrás imaginarme?

Será entonces, cuando me alcance mi monstruo (que soy yo misma), cuando romperé, cuando me quebraré. Y, sin fuerzas, pero con rabia e impotencia, gritaré a los cuatro vientos todas las preguntas que vuelan como cuchillos. Estallará en mil pedazos el peso de tu marcha y prenderá fuego a todo lo que se encuentre en el camino. Y todo dará igual: la superficie y la profundidad, porque ya no habrá distinción. Quizá nunca la hubo...

Mientras, seguiré burlando al tiempo.
Me seguiré engañando.

Sólo
un
poco
más.