Todo cambia. Puesto que la vida es movimiento y luz natural y calor y vueltas, todo cambia.
El tiempo avanza tal y como marcan las agujas dando vueltas y vueltas. Las plantas trepan, crecen y anhelan alcanzar cada rayo de luz. Los niños y niñas nacen, crecen, juegan y ríen, después lloran, se enamoran, después ríen y crecen más, y lloran y se enamoran mejor. Las carreteras no se acaban, cruzan el mundo, los caminos y los senderos se construyen y se caminan, hacia delante, hacia atrás. Los animales sobreviven a otros animales, vuelan, saltan, cazan, desaparecen, sufren y viven. Los cuadernos se llenan, las carteras se vacían, las mentes se deshielan, los corazones maduran y se endurecen. Los ojos se asombran, observan, odian, aman, lloran y ríen. Las nubes viajan impasibles, como ajenas al viento, indiferentes, por todo el planeta. La gente viaja, emigra, se mantiene, lo arriesga todo, se estanca, se lanza, lucha, muere, llega, alcanza, come, vive, duerme, respira, se va. El sol saluda, pasa y se marcha, y saluda, pasa y se marcha. Y la gente saluda, pasa y se marcha. Todo está avanzando, dando vueltas, caminando, marchando hacia ese sitio a donde va el tiempo cuando ya no vuelve jamás. Y yo estoy ahí, en medio de todo, quieta, como intacta. Observando, cual espectadora, la cámara rápida de la vida, del paso del tiempo, del paso del espacio, de cómo todo llega, pasa y se va. Y simplemente miro, mantengo mis ojos abiertos y respiro.
Todo cambia. Y yo lo observo todo cambiar con infinita curiosidad.
Y allí, al fondo de la vorágine, entre todo el cambio, entre todo el movimiento de tiempo, plantas, niños y niñas, carreteras, animales, cuadernos, carteras, mentes, corazones, ojos, nubes, gente y sol; allí, aparece la silueta de su cuerpo y de su sonrisa, imposibles de pasar por alto,con todo su cambio, con todo su esplendor, con todo su tiempo y espacio propios, con todo su mundo. Aparece y, por un momento, todo se detiene, sin más.
Y yo, que lo observaba todo siendo mera espectadora, siento el impulso irrefrenable de mil olas con forma de cambio en mis entrañas, que me sacuden y zarandean cada uno de mis rincones. Y es que aquellos ojos, aquella luz, volcaron todo el movimiento de mi tiempo y mi espacio directos a mi interior.
Todo cambia. Dentro y fuera. Puesto que la vida es movimiento y luz natural y calor y vueltas. Todo cambia.
Y mientras le miro, voy comprendiendo.
Mientras me mira, me siento reverdecer.