jueves, 6 de abril de 2017

Yo, yo misma y mi espejo

A veces el espejo no nos devuelve lo que esperamos recibir. Algunas veces, el espejo se rompe y me refracta la imagen equivocada o la que no pretendo ver. A veces mis ojos me miran y me buscan y no dejan de mirar y de ser ciegos que no me ven y no me encuentran. Me pierden y me llaman, pero yo me escondo y no hago caso. ¿Debería salir corriendo o quedarme donde estoy? ¿Debería cultivar dentro de mí apego o distancia? Desearía recordarte y ser capaz de mantenerme aquí, frente al espejo, sin titubear. Pero se rompe, me rompe(s). 
Algunas veces, mientras avanzo por el camino, te observo hace años y te descubro aún dentro de mí. Como si jamás te hubieses ido, a años luz, dentro del espejo, ¿pero dónde exactamente? Te ríes aún, allí, sobre aquel suelo y bajo aquellos árboles. La gente se movía más de lo que yo recordaba, pero tú y yo estábamos quietos, unidos casi sin querer, pretendíamos hacer creer al mundo que nuestro roce era una casualidad y no algo que ambos buscábamos. Como sedientos, como animales, como gotas de agua, como dos notas de música, como luz en un rayo. Nos uníamos y sólo hacía falta una mirada. Hacíamos que todo fuese natural, hacíamos que todo fuese fácil, y nos dábamos cuenta de la felicidad que todo eso nos revocaba. Puedo ver la fascinación en mis ojos, al descubrir que aún existen personas así, al descubrir que existes, al mirar dentro de ti y sentirme tan abrazada allí dentro. Sí, aún puedo verme allí; parezco feliz. Nos miro con una delicadeza extrema y me dejo moldear por nuestra propia calidez. Allí, en ese momento que he conseguido congelar, aún somos complicidad.

A veces, debemos elegir. Otras veces debemos entender. A veces debemos recordar, y otras veces dejar ir. 

A veces espejo. 
A veces camino.
A veces me miro.
Siempre te veo.

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