miércoles, 31 de mayo de 2017

Tu silencio

Por una fracción de segundo, vi lo que realmente había dentro de ti...

Me lo dijeron tus ojos y la delicadeza escondida en tus miradas. Me lo contaron tus silencios, frágiles e intensos. Tus movimientos inocentes hacia ninguna parte, tus aires, tu respirar. Me lo dijeron tus labios, sellados, sin saber por qué. Me lo dijo tu dulzura, tan pura y niña, siempre dentro de ti. Me lo dijeron los infiernos que guardas, los que no quieres compartir, los que tanto cargas; esos que tanto daño hacen. Me lo dijeron también tus cielos, los que tú no te permites ver, esos que brillan, casi olvidados, en tus miradas al trasluz. Me lo contaron tus manos, jugando a ser fuertes, batallando contra la realidad del interior que no reluce. Y me lo contó también tu piel, tan suave para mis ojos, extensa e inalcanzable, a medio metro de mi piel; a años luz de mí. 

Todos ellos me hablaron.
Pero tú sólo escuchas(te) al miedo.



Déjate creerme.









martes, 30 de mayo de 2017

No te preocupes, mi niño. No te lastimes, no lo pases peor de lo realmente necesario. No te lamentes, no te arrepientas, no te fustigues.
No me pienses más.


Que no seré viento, ni brisa cargada de primavera.
Que no seré un ramo de amapolas, ni tampoco un campo de girasoles a pleno sol mientras viajamos.
Que no seré tu nombre, ni tú serás el mío.
No seré aroma, ni seré adrenalina.
No seré la música, ni el cantar de una guitarra.

No te preocupes, mi pequeño, tan asustado, tan lleno del mundo más cruel y más vacío.

Que no seré inseguridades, ni despertares, ni anocheceres, ni puestas del sol en sitios desconocidos.
Que no seré mi reflejo en tus lindos ojos, ni caricias en los desvelos que se buscan, ni palabras de las que desnudan sin quitar la ropa.
Que no seré canción, ni seré memoria o recuerdo triste; tampoco feliz.
Que no seré mano, abrazo, hombro o mirada.
Que no seré risas, ni lágrimas amargas, ni manantiales de pura felicidad, ni océanos en llamas, ni incendios de nieve.

No te preocupes, mi niño, tan lejos y tan cerca de todo y de nada.
No te lamentes, mi apenas historia, mi trocito de tiempo en pausa.

Que no seré.
Que no serás.
Que no seremos.


lunes, 15 de mayo de 2017

El canal

Hoy caminaba a solas por mi mente. Avanzaba sin saber muy bien hacia dónde me dirigían mis pasos. Un pie delante y el otro atrás, y así para siempre durante un largo tiempo. Mi pelo flotaba alrededor de mi cabeza, bailaba con cuerpo propio y me acariciaba. Me contaba cosas al oído y yo cerraba los ojos y nunca paraba. Sentía que el aire me rozaba y era como agua fresca. Mi piel agradecía aquel tacto, se erizaba y estremecía. Al llegar al acantilado abría los ojos y mi espacio se transformaba en océano, desaparecían mis ropas y allí abajo no conseguía ver nada. Pero tenía que continuar, así que salté y comencé a bucear hacia lo más profundo de mi mente, donde ni siquiera yo podía ver.

Recuerdo la extraña sensación ser ciega en mi océano donde no existía el aire y de seguir avanzando hacia abajo, flotando en algún sitio de mi nada, en ningún sitio de mi todo. Me gustaba la sensación de no saber dónde acabaría y la mezclaba con un pequeño y lastimoso miedo que intentaba no alimentar. Algo me iba tocando al bucear, algo agradable y suave, confiado y dulce. Como si ya me conociera, me besaba el rostro y se hacía sentir en todo mi cuerpo; era más que el propio agua. Estaba en todas partes al mismo tiempo y como en los sueños, no recordaba cuándo llegó, parecía que siempre había estado allí, que nunca se había ido. 

Una luz abismal cobró vida y estalló demasiado cerca de mí. Sentí que se iba aquel tacto que tanto y tan bien me había rodeado, salía huyendo y no me daba tiempo a reaccionar. Entonces supe que volvía a estar sola, que algo demasiado grande se aproximaba a mí y fue entonces, demasiado tarde, cuando supe poner nombre a aquel tacto que ya perdí. Mientras le lloraba por dentro, llegó a mí la onda expansiva. Mi cuerpo volteaba una y otra vez con violencia y sin control, sin nada ni nadie que pudiera detenerlo.

Cuando la inercia se cansó ya de ser, también yo había dejado de existir. 

Desperté a orillas de un canal, donde el agua corría joven e inocente. Las copas de los árboles se mecían tranquilas creando olas y ecos. La tierra mojada se pegaba a mi cuerpo. Mi piel buscaba a aquel tacto que huyó. 

En mis ojos, inmóviles, sólo se leía la reminiscencia de su nombre.

Aquel que nunca pronuncié, 
aquel que siempre supe.