Pues hoy vengo a decirte que no me jodas.
Que no, que ya fue, que basta.
¿Tú me has visto la cara?
¿Me has visto luchando día tras día?
¿Acaso no me has visto gritando salvaje en la calle,
rodeada de mis hermanas?
Que no, no me jodas.
Que no soy frágil,
que no soy un delicado jarrón de cristal,
que tengo manos para cargar mi propio peso
y mis maletas y mis movidas y mis mierdas.
Que no quiero ser bonita,
ni agradable,
ni bien hablada 24/7,
ni perfecta,
ni dulce,
ni recatada.
Que no quiero cumplir con tradiciones,
con expectativas impuestas y supuestos sueños,
mucho menos con mi supuesto rol biológico.
Y paso de arrancarme pelos,
paso de pintarme y perder mi tiempo
para parecer que trato de encajar aquí o allá.
Que no tío, que no me jodas.
Ni santa madre,
ni buena hija,
ni perfecta mujer.
Que yo no soy para ti,
ni por ti,
ni gracias a ti.
Que la servidumbre ya pasó
y demasiado ha durado.
Que yo soy mujer
y todavía no te has enterado de que soy loba.
Y bruja y medio puta
y también santa pero al revés.
Yo voy con la luna, atravesando fases,
y con la tierra girando y bailando a mis anchas.
Y aúllo día sí y día también,
para sacar a pasear la bestia
que habito y alimento.
Que yo soy mujer y me rasco el coño
y hago con él lo que quiero
(y con ella también).
Que me como lo que me sale.
Que me toco y me disfruto
como pocos me han hecho disfrutar
y que lo seguiré haciendo
sin tabú ninguno
(sorpresa: sí, las mujeres también nos tocamos).
Que estoy cansada de que vengas dando por culo
a relatarme el cuento de siempre.
El cuento de "no todos los hombres";
el de "yo no soy machista, tengo madre";
el de "¿estáis solas?";
el de "¿para cuándo el día del hombre?";
el de "ni machismo, ni feminismo: igualdad".
A tu puta casa.
Que no molestes más.
Y si abres la boca,
que sea para sumar.
Que soy mujer y estoy cansada de ti, machirulo,
y de tu masculinidad retrógrada y desquiciada.
A tus cuentos nosotras les damos la vuelta,
y cuando menos te lo esperas,
estás rodeado de lobas como cabronas, caperucito.
Hemos inventado el antídoto contra tus miserias,
tus etiquetas rastreras y tu falsa humildad.
Hemos vuelto a nacer,
y traemos forma de puño cerrado,
de olas como bestias,
para moler a palos
los cimientos de tu sistema.
Frente a tu humanidad inerte,
nosotras gritamos,
hasta hacerte temblar:
feminismo hasta la muerte.
Sueños de semilla
martes, 11 de febrero de 2020
jueves, 14 de noviembre de 2019
La sombra y el pueblo
El pueblo está roto. La gente está rota. Corrompida. Personas de una misma tierra, hermanos y hermanas con sueños y ambiciones, con cargas y luchas personales que, sin saberlo, son similares. Corrompidas por el odio, un arma de doble filo alentada por palabras y discursos vacíos de ética, cargados de un empoderamiento que conduce hacia la muerte de valores. En ocasiones, incluso a la propia muerte.
Un pueblo, millones de vidas que se vuelcan en las calles, confrontando posiciones que no atienden a ninguna lógica cuando el diálogo no se contempla como una opción. No hay cabida para el punto intermedio. Los humanos jugamos siempre a pasar de un extremo a otro. Nunca nos damos cuenta de que las vidas que se pierden en el camino, no merecen lo que vale ese juego. Un juego terrible y frío en el que siempre perderán los mismos, por mucho que piensen que no pertenecen al mismo bando. Un pueblo al que se le ha arrancado la capacidad de mediar, de dialogar, de escuchar y empatizar. Un pueblo perdido, una humanidad destrozada. Movida por intereses, movida por la plata que no se puede comer, que no nos da qué respirar, que nos carcome y nos hunde.
Una lucha disfrazada de bondad divina, de profecía y promesas escritas sobre papel mojado. Una lucha que clama a los cuatro vientos la manifestación divina en cada uno de los pasos que nos ha llevado hasta este preciso momento. La encarnación de algo supremo en una sola persona que irrumpe y devora todo el poder que puede, y alza una biblia entre sus manos mientras escupe palabras de odio hacia minorías marginadas. La religión de la mano del poder. La religión de la mano del fascismo. La religión de la mano de una lucha, con las manos manchadas de sangre inocente. Las manos manchadas, siempre manchadas. Manos que se limpian esa sangre con total indiferencia. Líderes que jamás llorarán lo que llora su pueblo. Jamás sufrirán como ellos. Jamás entenderán que aquellos a quienes odian, también son su pueblo. Jamás habrá hueco para ellos.
Una sombra se pasea por las calles mojadas de Bolivia. Hoy se mezclan la sangre, la lluvia y las lágrimas de un pueblo que ruega recuperar su derecho a vivir en paz. Un pueblo que grita, que reclama, que alza la voz contra el fascismo de la religión y el odio. Una sombra se pasea entre las familias indígenas que ahora tienen los ojos inundados de miedo. Entre los niños y niñas que ya han sido marcados de por vida. Entre las mujeres, entre las ancianas, que gritan en la calle y no entienden por qué nadie las escucha. Se pasea entre el abandono y la desgracia de una lucha impuesta, violenta, sin principio ni final. Se pasea también entre personas que celebran, lejos de las que lloran. Va observándolo todo. La desesperación de unas y el júbilo de otros. El alzamiento de un nuevo movimiento teñido con los colores de viejos himnos, de viejos monstruos. La caída de toda una historia que nadie conoce, de un pueblo saqueado y humillado.
Y mientras se pasea, ve de cerca oleadas de contraste. Polos opuestos. Oleadas de dualidad social, política, económica. La dualidad humana. El odio de un lado y de otro. El amor, la devoción, de un lado y de otro. Estallando en todas direcciones, como flechas que cortan la carne allá donde van. Que arrasan con todo lo que encuentran a su paso sin importar cómo, por qué, quién, para qué.
Una sombra se pasea hoy por las calles mojadas de Bolivia. Vestida de neutralidad, transparente. Invisible. Repleta de preguntas sin respuesta ante todo un país sumido en los rumores del caos. Rebuscando en sus bolsillos, intentando dar con algunas soluciones, intentando encontrar algo de tiempo suelto, intentando dar con un poco de tregua. Pero sólo le queda pasear, intentar comprender, equilibrar las luchas en ambos lados, la justicia de ambos lados. No entiende nada, no sabe qué pensar, tampoco qué hacer.
Sólo sabe que para sanar al pueblo roto, hay que romper con el odio.
sábado, 9 de noviembre de 2019
Aceptación y otras revelaciones
Hay veces en que todo depende, en parte, del cómo aceptamos. Del cómo acepto lo que me rodea. Las cosas que no podemos cambiar. Una realidad enraizada. Palabras que ya han sido dichas y que no pueden retornar, dar un paso atrás en el tiempo. El espacio, el sol y la lluvia. Los gritos de las personas que luchan. El cansancio de todo un país roto y empobrecido, harto de dar y dar y dar, y recibir barro, hambre, miserias y promesas vacías. La sangre que se ha derramado, una vida más y una menos. Los pasos que ya has dado en esa dirección. Los movimientos que hacemos y las miradas que dedicamos. Se trata de cómo aceptamos la distancia y las voces que ya no alcanzan a abrazarnos cuando nos sentimos solos. De cómo sujetamos la taza de café en la mañana, en la tarde, y contemplamos el viento que nos rodea. De cómo miramos a la luna y atravesamos con ella todas sus fases, dándonos cuenta de que también son las nuestras.
Y es cierto. Puedo tocar la ausencia de todas esas manos, los sonidos y las llegadas a casa. Los pasos que tienen nombres y apellidos que jamás lograremos olvidar. La luz volcada en los rincones de todos aquellos espacios en los que crecimos, en los que volcamos tiempo e historias que nunca compartimos con nadie más. La cálida sensación de girar la llave de una puerta y saber que ahí dentro habita tu sangre, sin darte cuenta de que esa sensación es verdaderamente difícil de conseguir lejos de esas paredes. Y es cierto que todo esto se ve cuando te alejas, cuando comienzas sin nada de todo lo que tenías. Todo lo que dominabas está lejos. Todo lo que conoces está a medio mundo de distancia. Y entonces te das cuenta de que todo dependerá de cómo lo aceptes.
Entonces, comienzas a aceptar. Aunque suene extraño, comienzas a aceptar un camino que aceptaste tomar hace ya tiempo. Pero es ahora cuando caminas y es ahora cuando aceptas. Y pones en la balanza todo lo que has invertido en esto. Todo lo que has perdido, quizá, también. Y todo lo que has ganado y sigues ganando. Pones en la balanza la distancia, el tiempo, el espacio, la luz interior, el ruido que se va sosegando en tu mente, las personas, el trabajo, la dedicación, el peso de tu alma, la importancia del estar además del ser. Miras con otros ojos y aprietas los dientes, porque aún no has superado el vértigo del camino que empezaste y que empiezas a aceptar.
Así que, después de todo esto, ya es hora de que hable en primera persona y de que acepte que no puedo hablar de esto como si no escribiera para mí. Aceptar este camino me hace verme más vulnerable a las palabras, no tanto como al silencio. Más vulnerable ante la sangre ajena que se derrama en una lucha manipulada con frialdad, con respuestas desmedidas. Ante la inactividad y una violencia que va de la mano de la opresión. Ante la ignorancia. Ante la distancia y el olvido. Ante los 5 minutos y 26 segundos de una canción que me recuerda a unos ojos, como lobos, precisos, adecuados, en un momento equivocado, en un tiempo imposible. Ante un mensaje, 3 frases apenas, que apenas dicen nada y que me suponen un mundo mucho mayor en este lugar. Ante la ausencia de ese abrazo que necesité muchos días al despertar. Ante una cama vacía y una cena que da para dos estando sola. Ante el inmenso pulso al que me reta la vida, del cual no puedo renegar.
Así que, sí. Soy más vulnerable. Y lo acepto, lo abrazo. Cultivo mi vulnerabilidad.
Y es que hay algo que no aceptaré jamás: entender ser vulnerable como una debilidad.
jueves, 16 de mayo de 2019
"Hola, ¿qué tal?"
Lo que piensa mi mente:
Cansada de correr detrás de. Cansada de caminar por delante. Cansada de sentir por encima de. Cansada de vivir por debajo de. Muy cansada.
Trato de, no sé... Trato de tratar con las cosas. Bajo a la calle, cumplo con mis mierdas, las que llenan mi tiempo. Una pantalla, un test, y después otro y otro más. Miradas rápidas al móvil; nada. Volver arriba. Nada. Salir, trabajar. La energía de trabajo, los verbos irregulares de inglés, el tema 7, el vocabulario, la energía mecánica que abarca a la cinética y a la potencial, fórmulas, dinero, puertas. Autobús. Otra. Maldita. Vez. Esperar. La luz que se va, el viento que bueno, parece más fresco que ayer (anda, ¡qué interesante! De repente soy una abuela pensando sola en el tiempo que hace). Levantar el brazo, se para, me monto, pico, me siento, la calle se va, el semáforo cambia, ese se baja, esa sube, yo me voy. Cigarro, calle, cuesta arriba, casa, pared, puerta cerrada y nada más. Nada.
Perdón. Es que hoy estoy cansada.
Lo que no cuento es lo demás. Lo que no cuento lo es todo. Lo que no cuento es la ansiedad y las mil preguntas que se me agarran a la garganta como cabronas. Lo que no cuento es que ahora duermo acompañada de un miedo con formas extrañas. Cambia cada noche, no sé qué encontraré hoy, no quiero mirarle a la cara. Lo que no cuento es que le extraño y eso me rompe. Lo que no cuento es que se me hace imposible estar días y días y días sin saber apenas de él. Lo que no cuento es que llevo días viviendo deprisa, sin parar, ocupando mi tiempo como una posesa, a ver si así no me daba cuenta. Pero quedan dos días para la luna llena y yo no había contado con eso. Así que aquí estoy vomitando absolutamente todo, en el sitio equivocado, en el momento equivocado, a todo el mundo, a nadie en absoluto. Quizá a mí misma. Pero eso da igual. Qué más dará eso. Me importa un carajo, ni siquiera me estoy preocupando de cuidar mi vocabulario ahora mismo. Pero estoy cansada, hoy estoy cansada, así que esto es lo que hay.
Por dónde iba. Ah, sí. Por él, por mí y por las putas preguntas, que a ver quién es la bonita que las suelta en voz alta y las deja en libertad. A ver quién es la bonita y la valiente que les pone nombre y las pronuncia y se las escupe en la cara. A ver quién es la bonita que se controla y no llora y no sufre y dice las cosas como si nada. (Sí, exacto, la bonita que haga todo eso debería ser yo. ¿Te imaginas que lo consigo?). De verdad, qué asco de mente. Lo peor de todo y lo más gracioso en verdad, es que esa mente soy yo misma. Las preguntas cabronas que se agarran a mi garganta, soy yo. El miedo que me abraza por las noches entre las sábanas, soy yo. La ansiedad y la luna llena que tengo dentro, soy yo. Soy todo eso, pero mezclado de mala manera, al menos hoy.
Todo esto, simplemente, para decir que me gustaría ser capaz de parar, romper y llorar un poco.
Porque estoy llegando a mis límites.
Porque estoy llegando a mis límites.
Y también gritar que no sé a dónde coño va mi vida.
Lo que dice mi boca:
Meh, tú sabes. Con el trabajo y esas cosas. Todo guay, ¿y tú?
domingo, 3 de marzo de 2019
Ciclos
Todo cambia. Puesto que la vida es movimiento y luz natural y calor y vueltas, todo cambia.
El tiempo avanza tal y como marcan las agujas dando vueltas y vueltas. Las plantas trepan, crecen y anhelan alcanzar cada rayo de luz. Los niños y niñas nacen, crecen, juegan y ríen, después lloran, se enamoran, después ríen y crecen más, y lloran y se enamoran mejor. Las carreteras no se acaban, cruzan el mundo, los caminos y los senderos se construyen y se caminan, hacia delante, hacia atrás. Los animales sobreviven a otros animales, vuelan, saltan, cazan, desaparecen, sufren y viven. Los cuadernos se llenan, las carteras se vacían, las mentes se deshielan, los corazones maduran y se endurecen. Los ojos se asombran, observan, odian, aman, lloran y ríen. Las nubes viajan impasibles, como ajenas al viento, indiferentes, por todo el planeta. La gente viaja, emigra, se mantiene, lo arriesga todo, se estanca, se lanza, lucha, muere, llega, alcanza, come, vive, duerme, respira, se va. El sol saluda, pasa y se marcha, y saluda, pasa y se marcha. Y la gente saluda, pasa y se marcha. Todo está avanzando, dando vueltas, caminando, marchando hacia ese sitio a donde va el tiempo cuando ya no vuelve jamás. Y yo estoy ahí, en medio de todo, quieta, como intacta. Observando, cual espectadora, la cámara rápida de la vida, del paso del tiempo, del paso del espacio, de cómo todo llega, pasa y se va. Y simplemente miro, mantengo mis ojos abiertos y respiro.
Todo cambia. Y yo lo observo todo cambiar con infinita curiosidad.
Y allí, al fondo de la vorágine, entre todo el cambio, entre todo el movimiento de tiempo, plantas, niños y niñas, carreteras, animales, cuadernos, carteras, mentes, corazones, ojos, nubes, gente y sol; allí, aparece la silueta de su cuerpo y de su sonrisa, imposibles de pasar por alto,con todo su cambio, con todo su esplendor, con todo su tiempo y espacio propios, con todo su mundo. Aparece y, por un momento, todo se detiene, sin más.
Y yo, que lo observaba todo siendo mera espectadora, siento el impulso irrefrenable de mil olas con forma de cambio en mis entrañas, que me sacuden y zarandean cada uno de mis rincones. Y es que aquellos ojos, aquella luz, volcaron todo el movimiento de mi tiempo y mi espacio directos a mi interior.
Todo cambia. Dentro y fuera. Puesto que la vida es movimiento y luz natural y calor y vueltas. Todo cambia.
Y mientras le miro, voy comprendiendo.
Mientras me mira, me siento reverdecer.
El tiempo avanza tal y como marcan las agujas dando vueltas y vueltas. Las plantas trepan, crecen y anhelan alcanzar cada rayo de luz. Los niños y niñas nacen, crecen, juegan y ríen, después lloran, se enamoran, después ríen y crecen más, y lloran y se enamoran mejor. Las carreteras no se acaban, cruzan el mundo, los caminos y los senderos se construyen y se caminan, hacia delante, hacia atrás. Los animales sobreviven a otros animales, vuelan, saltan, cazan, desaparecen, sufren y viven. Los cuadernos se llenan, las carteras se vacían, las mentes se deshielan, los corazones maduran y se endurecen. Los ojos se asombran, observan, odian, aman, lloran y ríen. Las nubes viajan impasibles, como ajenas al viento, indiferentes, por todo el planeta. La gente viaja, emigra, se mantiene, lo arriesga todo, se estanca, se lanza, lucha, muere, llega, alcanza, come, vive, duerme, respira, se va. El sol saluda, pasa y se marcha, y saluda, pasa y se marcha. Y la gente saluda, pasa y se marcha. Todo está avanzando, dando vueltas, caminando, marchando hacia ese sitio a donde va el tiempo cuando ya no vuelve jamás. Y yo estoy ahí, en medio de todo, quieta, como intacta. Observando, cual espectadora, la cámara rápida de la vida, del paso del tiempo, del paso del espacio, de cómo todo llega, pasa y se va. Y simplemente miro, mantengo mis ojos abiertos y respiro.
Todo cambia. Y yo lo observo todo cambiar con infinita curiosidad.
Y allí, al fondo de la vorágine, entre todo el cambio, entre todo el movimiento de tiempo, plantas, niños y niñas, carreteras, animales, cuadernos, carteras, mentes, corazones, ojos, nubes, gente y sol; allí, aparece la silueta de su cuerpo y de su sonrisa, imposibles de pasar por alto,con todo su cambio, con todo su esplendor, con todo su tiempo y espacio propios, con todo su mundo. Aparece y, por un momento, todo se detiene, sin más.
Y yo, que lo observaba todo siendo mera espectadora, siento el impulso irrefrenable de mil olas con forma de cambio en mis entrañas, que me sacuden y zarandean cada uno de mis rincones. Y es que aquellos ojos, aquella luz, volcaron todo el movimiento de mi tiempo y mi espacio directos a mi interior.
Todo cambia. Dentro y fuera. Puesto que la vida es movimiento y luz natural y calor y vueltas. Todo cambia.
Y mientras le miro, voy comprendiendo.
Mientras me mira, me siento reverdecer.
martes, 26 de febrero de 2019
Bajo la superficie
En lo más superficial, lejos de lo profundo. Ahí me escondo. Mi nuevo hogar, donde ya no sé quién soy, qué quiero, no recuerdo hacia dónde iba, qué me gustaba, qué necesito. Simplemente, corro. En todas direcciones, como loca, como aturdida, alterada, dando un traspiés tras otro. Pero, ¿qué más da? ¡Cuidado! No pares. No bajes el ritmo, mantente alerta, arriba, activa, incesante, exigente, altiva, viva. A lo lejos, pero dentro de mí, escucho esa voz quejumbrosa, lastimera, que me ruega una pausa, me ruega una grieta sana, un quebranto al fin. Me pide romper, dejar salir todo que lo habita en la profundidad de todo lo que soy. Me habla, me llora, me suplica; que ya basta, que no continúe, que me detenga, que debo romper, que debo estallar, que debo escuchar. No. No. Hoy no. Ni mañana. Que me deje, que se aleje, que no llore, que no grite. Que calle y duela en silencio, que no puedo mantenerme y escucharla al mismo tiempo. Que lo entienda, que me permita no parar, que me destierre de su pena; yo reniego de su triste cantar. Aunque eso signifique renegar de mí misma. Estos son los precios que pagamos al final, ¿verdad?
¿Qué será de ti? De tu vida, de tu cama, de tu ropa, de tu olor, de tu pelo y su selva, de tus ojos sin fin, de tus dientes, de esa sonrisa única que se hunde en mi mente como un cuchillo, de tu guitarra y su rincón, de tus cuadros y tus fotos y sus ángulos ordenados, de tu coche y su maletero despeinado, de tu MP3 lleno de joyas musicales, de tu perro y vuestros paseos, de las plantas de tu pequeño balcón, de tu luz y del sol que baña las ventanas de tu habitación a mediodía, de tu voz cuando susurra frases imposibles, del cuento que descansó sobre tu mesita de noche, cada noche, junto a ti... Y mientras trato de no responder a nada de esto, mientras trato de no encontrar por ningún medio esas respuestas, nado hacia la superficie, buscando aire. Rápida. En busca de una enorme bocanada de oxígeno. No quiero ahogarme, por favor. No quiero quedarme ahí abajo. Que me dejen salir, una vez más, un día más, un minuto más, sólo uno.
Sólo
un
paso
más.
¿Conoces esa sensación, mientras logras escapar de tu monstruo, que al mismo tiempo sabes que tarde o temprano no podrás escapar más? ¿Que llegará un momento, un día de estos, en que te alcanzará y te pondrá fin? Una carrera a contrarreloj. Un pulso a la vida, con la certeza de que perderás en cualquier momento. Podrás imaginarlo. ¿Podrás imaginarme?
Será entonces, cuando me alcance mi monstruo (que soy yo misma), cuando romperé, cuando me quebraré. Y, sin fuerzas, pero con rabia e impotencia, gritaré a los cuatro vientos todas las preguntas que vuelan como cuchillos. Estallará en mil pedazos el peso de tu marcha y prenderá fuego a todo lo que se encuentre en el camino. Y todo dará igual: la superficie y la profundidad, porque ya no habrá distinción. Quizá nunca la hubo...
Mientras, seguiré burlando al tiempo.
Me seguiré engañando.
Sólo
un
poco
más.
¿Qué será de ti? De tu vida, de tu cama, de tu ropa, de tu olor, de tu pelo y su selva, de tus ojos sin fin, de tus dientes, de esa sonrisa única que se hunde en mi mente como un cuchillo, de tu guitarra y su rincón, de tus cuadros y tus fotos y sus ángulos ordenados, de tu coche y su maletero despeinado, de tu MP3 lleno de joyas musicales, de tu perro y vuestros paseos, de las plantas de tu pequeño balcón, de tu luz y del sol que baña las ventanas de tu habitación a mediodía, de tu voz cuando susurra frases imposibles, del cuento que descansó sobre tu mesita de noche, cada noche, junto a ti... Y mientras trato de no responder a nada de esto, mientras trato de no encontrar por ningún medio esas respuestas, nado hacia la superficie, buscando aire. Rápida. En busca de una enorme bocanada de oxígeno. No quiero ahogarme, por favor. No quiero quedarme ahí abajo. Que me dejen salir, una vez más, un día más, un minuto más, sólo uno.
Sólo
un
paso
más.
¿Conoces esa sensación, mientras logras escapar de tu monstruo, que al mismo tiempo sabes que tarde o temprano no podrás escapar más? ¿Que llegará un momento, un día de estos, en que te alcanzará y te pondrá fin? Una carrera a contrarreloj. Un pulso a la vida, con la certeza de que perderás en cualquier momento. Podrás imaginarlo. ¿Podrás imaginarme?
Será entonces, cuando me alcance mi monstruo (que soy yo misma), cuando romperé, cuando me quebraré. Y, sin fuerzas, pero con rabia e impotencia, gritaré a los cuatro vientos todas las preguntas que vuelan como cuchillos. Estallará en mil pedazos el peso de tu marcha y prenderá fuego a todo lo que se encuentre en el camino. Y todo dará igual: la superficie y la profundidad, porque ya no habrá distinción. Quizá nunca la hubo...
Mientras, seguiré burlando al tiempo.
Me seguiré engañando.
Sólo
un
poco
más.
miércoles, 17 de octubre de 2018
¿Sabes...?
Puede que un día lo haga.
Puede que coja todos tus recuerdos por el cuello,
los sujete con mis dos manos
y les grite a la cara que se acabó.
Puede que un día me mire al espejo
y ya no te encuentre más allí,
al final de mis pupilas,
reflejándote en mis retinas como si nada.
Puede que un día lo tire todo al suelo,
con rabia e impotencia,
y lo estrelle todo contra ti,
contra mí,
contra lo imposible.
Puede que un día al desnudarme
no broten de mi pecho todas las canciones
que ataste con cadenas a tus ojos,
aquellas que compartimos sin compartirnos aún,
pero que aullaban a la luna
todos los mensajes entre líneas.
Puede que un día, entre los bares,
deje de recordar aquel al que nunca había ido
y que pisé contigo por primera vez.
Puede que olvide la gracia de toda esta casualidad,
puede que me canse de estar maldita,
puede que me maldiga a mí misma,
puede que mis pasos ya no piensen hacia atrás.
Puede que un día lo haga.
Puede que un día acepte
la sucesión de casualidades
de pasos
de calles
de decisiones
de bares
de sitios
de cambios
que, años después,
nos llevó a tenernos uno frente al otro,
sentados en la terraza de un bar
sin entender que somos desconocidos
con el pecho ardiendo.
Puede que un día acepte que es algo normal.
Puede que acepte
que recordarnos de esta manera
sin haber cruzado palabra jamás
y burlarnos del tiempo que ha pasado cuando nos encontramos,
es normal.
Puede que acepte
que hablar sin palabras
y entendernos
y mirar dentro del otro con tan solo asomarse a sus ojos,
es normal.
Puede que acepte
que esta llegada magistral,
esta entrada en mi vida
de una persona como tú,
con toda su música
con toda su mente
con toda su historia
con toda su sensibilidad,
es normal.
Puede que un día acepte
que toda esta casualidad
con su magnitud titánica y sus ganas de ser,
me ha abrazado para irse como llegó.
Puede que un día lo haga.
Y supongo que es que, al final,
me resisto,
me niego,
y alejo de mí la posibilidad de contemplar
que nada de esto ha tenido sentido.
Y ya sé que no se entiende,
que estas cosas no hay quien las entienda,
pero yo sólo quería abrazarlo todo
y sonreír
y brindar
y compartir,
sin más.
Pero no te preocupes,
sé que un día,
un día...
...lo haré.
Puede que coja todos tus recuerdos por el cuello,
los sujete con mis dos manos
y les grite a la cara que se acabó.
Puede que un día me mire al espejo
y ya no te encuentre más allí,
al final de mis pupilas,
reflejándote en mis retinas como si nada.
Puede que un día lo tire todo al suelo,
con rabia e impotencia,
y lo estrelle todo contra ti,
contra mí,
contra lo imposible.
Puede que un día al desnudarme
no broten de mi pecho todas las canciones
que ataste con cadenas a tus ojos,
aquellas que compartimos sin compartirnos aún,
pero que aullaban a la luna
todos los mensajes entre líneas.
Puede que un día, entre los bares,
deje de recordar aquel al que nunca había ido
y que pisé contigo por primera vez.
Puede que olvide la gracia de toda esta casualidad,
puede que me canse de estar maldita,
puede que me maldiga a mí misma,
puede que mis pasos ya no piensen hacia atrás.
Puede que un día lo haga.
Puede que un día acepte
la sucesión de casualidades
de pasos
de calles
de decisiones
de bares
de sitios
de cambios
que, años después,
nos llevó a tenernos uno frente al otro,
sentados en la terraza de un bar
sin entender que somos desconocidos
con el pecho ardiendo.
Puede que un día acepte que es algo normal.
Puede que acepte
que recordarnos de esta manera
sin haber cruzado palabra jamás
y burlarnos del tiempo que ha pasado cuando nos encontramos,
es normal.
Puede que acepte
que hablar sin palabras
y entendernos
y mirar dentro del otro con tan solo asomarse a sus ojos,
es normal.
Puede que acepte
que esta llegada magistral,
esta entrada en mi vida
de una persona como tú,
con toda su música
con toda su mente
con toda su historia
con toda su sensibilidad,
es normal.
Puede que un día acepte
que toda esta casualidad
con su magnitud titánica y sus ganas de ser,
me ha abrazado para irse como llegó.
Puede que un día lo haga.
Y supongo que es que, al final,
me resisto,
me niego,
y alejo de mí la posibilidad de contemplar
que nada de esto ha tenido sentido.
Y ya sé que no se entiende,
que estas cosas no hay quien las entienda,
pero yo sólo quería abrazarlo todo
y sonreír
y brindar
y compartir,
sin más.
Pero no te preocupes,
sé que un día,
un día...
...lo haré.
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