Y es cierto. Puedo tocar la ausencia de todas esas manos, los sonidos y las llegadas a casa. Los pasos que tienen nombres y apellidos que jamás lograremos olvidar. La luz volcada en los rincones de todos aquellos espacios en los que crecimos, en los que volcamos tiempo e historias que nunca compartimos con nadie más. La cálida sensación de girar la llave de una puerta y saber que ahí dentro habita tu sangre, sin darte cuenta de que esa sensación es verdaderamente difícil de conseguir lejos de esas paredes. Y es cierto que todo esto se ve cuando te alejas, cuando comienzas sin nada de todo lo que tenías. Todo lo que dominabas está lejos. Todo lo que conoces está a medio mundo de distancia. Y entonces te das cuenta de que todo dependerá de cómo lo aceptes.
Entonces, comienzas a aceptar. Aunque suene extraño, comienzas a aceptar un camino que aceptaste tomar hace ya tiempo. Pero es ahora cuando caminas y es ahora cuando aceptas. Y pones en la balanza todo lo que has invertido en esto. Todo lo que has perdido, quizá, también. Y todo lo que has ganado y sigues ganando. Pones en la balanza la distancia, el tiempo, el espacio, la luz interior, el ruido que se va sosegando en tu mente, las personas, el trabajo, la dedicación, el peso de tu alma, la importancia del estar además del ser. Miras con otros ojos y aprietas los dientes, porque aún no has superado el vértigo del camino que empezaste y que empiezas a aceptar.
Así que, después de todo esto, ya es hora de que hable en primera persona y de que acepte que no puedo hablar de esto como si no escribiera para mí. Aceptar este camino me hace verme más vulnerable a las palabras, no tanto como al silencio. Más vulnerable ante la sangre ajena que se derrama en una lucha manipulada con frialdad, con respuestas desmedidas. Ante la inactividad y una violencia que va de la mano de la opresión. Ante la ignorancia. Ante la distancia y el olvido. Ante los 5 minutos y 26 segundos de una canción que me recuerda a unos ojos, como lobos, precisos, adecuados, en un momento equivocado, en un tiempo imposible. Ante un mensaje, 3 frases apenas, que apenas dicen nada y que me suponen un mundo mucho mayor en este lugar. Ante la ausencia de ese abrazo que necesité muchos días al despertar. Ante una cama vacía y una cena que da para dos estando sola. Ante el inmenso pulso al que me reta la vida, del cual no puedo renegar.
Así que, sí. Soy más vulnerable. Y lo acepto, lo abrazo. Cultivo mi vulnerabilidad.
Y es que hay algo que no aceptaré jamás: entender ser vulnerable como una debilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario