lunes, 5 de junio de 2017

Algo. Siempre.

Algo. Siempre.

Nos dice que latimos, que seguimos siendo en la distancia más silenciosa y que, a la vez, crea todo el ruido entre nosotros. Nos lastima un poco con sus garras, pero también nos hace fuertes. Nos sienta bien pelear, y es que tenemos carne de titán; no quieras negarlo.

Algo, a través de la ausencia que grita, a través de los kilómetros o los años luz, nos dice que seguimos en el camino adecuado. Siempre. A través de toda la paciencia, a través de todos los despertares a media vida y de los sueños más guardados. Nos habla. Nos toca, como una mano invisible, y nos rodea con todo su amor, que sólo trae la paz de un océano en calma, esa que nos falta ahora y que no encontramos. Pero gracias a esa mano sabemos que llegará.

Algo, siempre, nos va relatando al oído las instrucciones para dejar ir y también para dejar llegar. Y al mismo tiempo, nos puede desgarrar y levantarnos. Nos deja sin habla para que hablemos sin palabras. Para decir todo lo que aún no se ha volcado, para sacarnos a nosotros mismos de nuestras corazas, de nuestras propias trampas, para sentirnos indefensos y jodidamente humanos.

Algo, siempre, nos hace temblar de miedo y de frío, y sabemos que quizás el miedo se alivie con la indiferencia, pero no el invierno que alimentamos por dentro. Nos cuenta historias antes de dormir pero el momento de descansar no llega nunca, y acumulamos ojeras, preocupaciones y palabras que nos torturan.

Y es que algo, siempre, nos envuelve en cada rincón y a cada segundo que cerramos los ojos y nos vemos dentro de nuestras tripas. Nos rodea cuando pensamos en aquella mirada, en aquella sonrisa inocente, en aquellos silencios repletos de momentos que no permitimos nacer.

Algo. Siempre. Latiendo más allá de todo el ruido entre nosotros...


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