No hay piedras en mis manos, ni mentiras o viejos rencores. No hay cuchillos, no hay puñaladas, no hay dudas, ni miedos que me bloqueen. Mira bien mis manos, en las que, simplemente, no hay nada. Mira mis ojos, sé que puedes verme. Pero hazlo de frente, y no en la noche eterna. No me busques, ni tantees con tus dedos la oscuridad que envuelve tus largas noches, porque no me encontrarás allí. No te equivoques de lugar, no me pienses en rincones que no han de pensarme. Mírame por dentro, porque sé que sabes hacerlo, y cuando puedas ver, no tapes tus ojos; tira las vendas, llévalas lejos de ti y de mí.
Pero si no lo haces...
Si no lo haces, deja que me vaya, que me marche muy lejos de ti mientras me prometes que esto es lo que tú quieres. Muéstrame que todo esto no ha sido nada. Destapa mis noches sin dormir, cuélate bajo mi almohada y susúrrame que todo es mentira. Hazme despertar del desvelo, aunque sea a fuerza de desventuras. Clava tus ojos en mí, como haces siempre que me miras, y grítame sin palabras lo miserable que soy. Dímelo, de frente, con miedo o sin él. Rómpeme en mil pedazos, quiebra mis entrañas, aráñame las tripas; haz lo que quieras. Sé una roca, ponte todas tus máscaras, ármate de indiferencia, y dime que ésto es lo que tú quieres.
Si no me das palabras para entenderte,
al menos dame razones para marchar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario