Un pueblo, millones de vidas que se vuelcan en las calles, confrontando posiciones que no atienden a ninguna lógica cuando el diálogo no se contempla como una opción. No hay cabida para el punto intermedio. Los humanos jugamos siempre a pasar de un extremo a otro. Nunca nos damos cuenta de que las vidas que se pierden en el camino, no merecen lo que vale ese juego. Un juego terrible y frío en el que siempre perderán los mismos, por mucho que piensen que no pertenecen al mismo bando. Un pueblo al que se le ha arrancado la capacidad de mediar, de dialogar, de escuchar y empatizar. Un pueblo perdido, una humanidad destrozada. Movida por intereses, movida por la plata que no se puede comer, que no nos da qué respirar, que nos carcome y nos hunde.
Una lucha disfrazada de bondad divina, de profecía y promesas escritas sobre papel mojado. Una lucha que clama a los cuatro vientos la manifestación divina en cada uno de los pasos que nos ha llevado hasta este preciso momento. La encarnación de algo supremo en una sola persona que irrumpe y devora todo el poder que puede, y alza una biblia entre sus manos mientras escupe palabras de odio hacia minorías marginadas. La religión de la mano del poder. La religión de la mano del fascismo. La religión de la mano de una lucha, con las manos manchadas de sangre inocente. Las manos manchadas, siempre manchadas. Manos que se limpian esa sangre con total indiferencia. Líderes que jamás llorarán lo que llora su pueblo. Jamás sufrirán como ellos. Jamás entenderán que aquellos a quienes odian, también son su pueblo. Jamás habrá hueco para ellos.
Una sombra se pasea por las calles mojadas de Bolivia. Hoy se mezclan la sangre, la lluvia y las lágrimas de un pueblo que ruega recuperar su derecho a vivir en paz. Un pueblo que grita, que reclama, que alza la voz contra el fascismo de la religión y el odio. Una sombra se pasea entre las familias indígenas que ahora tienen los ojos inundados de miedo. Entre los niños y niñas que ya han sido marcados de por vida. Entre las mujeres, entre las ancianas, que gritan en la calle y no entienden por qué nadie las escucha. Se pasea entre el abandono y la desgracia de una lucha impuesta, violenta, sin principio ni final. Se pasea también entre personas que celebran, lejos de las que lloran. Va observándolo todo. La desesperación de unas y el júbilo de otros. El alzamiento de un nuevo movimiento teñido con los colores de viejos himnos, de viejos monstruos. La caída de toda una historia que nadie conoce, de un pueblo saqueado y humillado.
Y mientras se pasea, ve de cerca oleadas de contraste. Polos opuestos. Oleadas de dualidad social, política, económica. La dualidad humana. El odio de un lado y de otro. El amor, la devoción, de un lado y de otro. Estallando en todas direcciones, como flechas que cortan la carne allá donde van. Que arrasan con todo lo que encuentran a su paso sin importar cómo, por qué, quién, para qué.
Una sombra se pasea hoy por las calles mojadas de Bolivia. Vestida de neutralidad, transparente. Invisible. Repleta de preguntas sin respuesta ante todo un país sumido en los rumores del caos. Rebuscando en sus bolsillos, intentando dar con algunas soluciones, intentando encontrar algo de tiempo suelto, intentando dar con un poco de tregua. Pero sólo le queda pasear, intentar comprender, equilibrar las luchas en ambos lados, la justicia de ambos lados. No entiende nada, no sabe qué pensar, tampoco qué hacer.
Sólo sabe que para sanar al pueblo roto, hay que romper con el odio.