jueves, 29 de mayo de 2014

El magnético caso de la niña imantada y el chico perdigón

Y ahora yo he de admitirlo. Ahora yo presiento que has vencido y no hay manera humana de escapar. Así que alégrate, lo has conseguido. No hay manera humana de escapar. Y ya está, ya lo pudimos escuchar, ya lo anunciaron.

<<Ella ha vuelto a caer>>.
Dijeron que llevaba media vida huyendo. Que los infiernos de los que habló Dante para ella quedaban cortos. Muy a su pesar, cayó más hondo, más profundo, más oscuro. Y tenía un horrible don, una maravillosa condena: esperar. Pasó mucho tiempo esperando allí abajo, sentada en medio de un páramo vacío. En mitad de la nada se erguía una lejana parada de autobús, y allí se sentaba ella, casi tan vacía como aquel sitio. De nada le servía mirar a uno u otro lado; no había camino alguno por el que pudiera esperar la llegada de su autobús, y simplemente no había nada. Estaba atrapada en una jaula vacía, terriblemente grande, vasta y muerta. Muchas veces probó a gritar. Gritaba pidiendo ayuda, buscando otro sonido como respuesta diferente al silencio. Gritaba en una desesperación paciente hasta morir. Corrió muy lejos hasta no poder más, hasta caer al suelo derrotada y moribunda; mas cuando alzaba la cabeza, la parada de autobús seguía impasible junto a ella, inseparable, irrompible, presa de algún magnetismo hacia ella. Sin saber cómo había llegado hasta allí, la niña imantada se fue llenando de abandono por dentro.
Así pasó los primeros siglos, después se resignó. Ya había tirado la toalla y su vida transcurría mientras ella simplemente esperaba allí sentada, a demasiados niveles bajo el suelo, pegada como un imán a aquella parada, en mitad de una nada infernal. El diablo se paseaba de vez en cuando por allí, reboloteaba y saciaba su sed de angustia con sólo mirarla. Emitía desagradables risas burlonas y ese era el único sonido que retumbaba por toda la nada como un impetuoso eco. Cualquier otro sonido simplemente moría en aquella inmensidad y jamás regresaba...
Habrían pasado ya unos 667 años, y la niña imantada continuaba allí sentada, intacta e inmóvil. Intocable para el tiempo, que allí se perdía y se esfumaba. Ni una sola facción de su cara ni de su cuerpo habían cambiado lo más mínimo, sin embargo su alma parecía haberla abandonado hacía ya muchos años. Y hacía también muchos años ya que no veía al diablo, pues dejó de visitarla incluso él. Comenzó a pensar incluso que casi le echaba de menos, simplemente por el hecho de sentir que no estaba absolutamente sola allí en medio. Nunca comprendió del todo por qué había acabado ella en aquel sitio, tan por debajo de cualquier infierno, qué había ocurrido para ser abandonada de aquella manera. Pensó que seguramente ella fuera la primera persona que jamás hubiera alcanzado tal nivel de infierno, tan profundo y vacío.  Y con estos pensamientos, continuó esperando a su autobús...
Y fue entonces cuando ocurrió algo inesperado. Un par de libélulas azules aparecieron volando delante de sus ojos.
Durante un momento tuvo miedo a estar realmente loca y estar imaginando aquellas visiones tan lindas. Pero entonces una de las libélulas se posó en su nariz, y sintió el pequeño soplo de aire que levantaba el batir de sus alas en su cara, y supo que eran reales, tanto como aquel páramo vacío. No daba crédito a lo que ocurría y casi se atrevía a sonreír, cuando comenzó a escuchar una voz a lo lejos. El sonido de aquella voz parecía estar viajando desde lejos hasta sus oídos y, al alcanzarlos, estremeció cada vértice de la niña imantada. No era la voz del diablo y no podía ser su propia voz. Se levantó y comenzó a andar en dirección de donde provenía aquel maravilloso sonido. Le sorprendió descubrir que su magnetismo con la parada de autobús se había roto, ya no la seguía, y en su lugar volaban las dos libélulas azules a su alrededor. Entrecerró los ojos mirando al blanco horizonte que tantas veces había aborrecido y comenzó a distinguir una pequeña figura negra que también avanzaba hacia ella, haciéndose cada vez mayor.
La niña imantada, siempre paciente, fue distinguiendo cada vez mejor los detalles. Era otra persona, un chico. Sus latidos se estaban disparando por momentos y no podía terminar de creer que hubiera alguien con ella allí abajo, tan lejos de todo lo que una vez vivió. El chico continuó avanzando y su rostro comenzó a ser más nítido, sus ojos claros comenzaron a ver un poco mejor. Las libélulas azules volaron entonces más rápido y se dirigieron al chico, reboloteando a su alrededor esta vez, y la niña imantada paró en seco.
Se detuvo y comenzó a notar que el magnetismo ahora era hacia aquel chico, conocido y extraño al mismo tiempo. Descubrió que aún quedaban lágrimas de alegría dentro de ella; aún le quedaban muchas sonrisas por regalar. Pero lo mejor de todo fue descubrir en el rostro al que miraba, ahora de cerca, que aún le quedaban muchas sonrisas por recibir, por abrazar.

La niña imantada y el chico perdigón no tardarían mucho más en salir de allí.




domingo, 18 de mayo de 2014

Sólo son dos días

Prométeme que no te romperás. Que no te vas a esfumar entre diez mil suspiros que finalmente resulten estúpidos. Que querrás volver a aquel sitio. Que nos verán las tres damas de piedra, riendo frente a ellas, y envidiarán el color de nuestras mejillas. Prométeme que no harás en vano, que no pronunciarás palabra que no quieras dejar salir de tu boca, que me dejarás alguna que otra vez más allí, subiendo y mirándome, y riendo y mirándote, y entonces me alejaré para volver a volver.
Quiero saber que mi tiempo no ha sido derrochado, que nuestro tiempo récord en un abrazo siempre será más del estipulado. Que sin necesidad de más por el momento, sabremos disfrutar de este descubrimiento, y dos besos en mi mejilla y otros dos en la tuya bastarán para saciar el hambre, y no habrá necesidad de acuerdos para saber que no olvidaremos. Prométeme que esto es lo que quieres. Lentamente, te entrelazaste a mis extremidades, y tú viste y yo vi todo lo que el viento trajo en un momento.
Ya está dicho, amigo mío. El viento lo silbó.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Semilla en la tierra

Cada cual en su destino va llenando de soles sus venas.
Pero no me pidas tanto, corazón, que tengo poco aire en el pulmón. Lo único que tengo es un castillo en el cielo. Y si llegase la guadaña a mi rincón, enjuágame la frente en tu sudor y dale un beso a todos si me muero. Si la vida viviese por compasión, puedes estar seguro de que nada tendrá que ver con la muerte. Pero cuando llegue ese instante, déjame verte, pues no hay mayor libertad que tenerte enfrente; no hay mayor placer que morir en tu risa; no hay mejor condena que la crucifixión en tu pelo. Y te lo pido, tornando miserable, sin importarme, sin saber lo que sé o lo que escribo, pero, a duras penas, aquí estoy, y aquí te pido. Con las manos vacías, con la boca muerta, la voz rota, los ojos ardiendo, los oídos aturdidos, la garganta abierta en dos, el pecho contraído, los pies sordos, el cabello empapado. Con demasiadas cosas que no son nada. Con demasiadas cosas que no me hacen a mí, no me definen, ni me construyen. Me mutilan, endeudan y ahogan. Con todo esto de sobra, te lo pido, y te lo digo: me faltas.
Por eso, soy semilla en la tierra contra la última frontera.
Y por eso, tú.
Y después, yo.
Y jamás, nosotros.




domingo, 11 de mayo de 2014

Outlet for the soul

Her words whistles white light winding around my head down into somewhere within where I find my silence. Someplace else entirely and eternally where echoes imagined were memories more fresh the the breath I am stealing each second.
She stares not at me but through me. How has she found this heaven I've hidden from the world for so long? There is something of her in me. A voice. A moment. A rhythm I've felt since my heart first produced the beat I've moved to since my face first met light.
Wherever we go, I know, the she will always be with me. She has always been with me.
I am not afraid to be alone.
(D. Moss)

sábado, 10 de mayo de 2014

Dragonfly's lionheart

Te miré a los ojos y aquello no parecía un par de ojos. Dos libélulas partieron de ellos y volvieron hasta mis ojos con una historia que contar. Miré entonces a mis manos, y mis manos estaban sucias, y entre ellas estaban las tuyas. Tus huesos se encontraban allí con los míos, resonaban y era divertido. Chocaban y me estremecías casi sin querer. Se me iban los dedos y los ojos, dejé de ver la suciedad en mis manos y preferí buscar a las libélulas que aún revoloteaban nerviosas. Las agujas del reloj comenzaron sin pensar una carrera de relevo. El tiempo huía como si temiera ser descubierto. Corría con pánico, y entonces un parón. Descansaba cuando me asomaba a tu mar. Dejaba de respirar cada vez que esto ocurría. Era un trance raro y adictivo. Y cuando dejaba de mirar en tu mar, el tiempo volvía a huir como un loco; como yo de tu mar.
No lo voy a negar. No lo puedo negar. No negaré que hoy te temo. Hoy debo huir. Hoy disfrazaré el corazón de león con la sonrisa de una hiena.
Mis manos ya están sucias y llevo en mis ojos tus libélulas azules.