miércoles, 14 de mayo de 2014

Semilla en la tierra

Cada cual en su destino va llenando de soles sus venas.
Pero no me pidas tanto, corazón, que tengo poco aire en el pulmón. Lo único que tengo es un castillo en el cielo. Y si llegase la guadaña a mi rincón, enjuágame la frente en tu sudor y dale un beso a todos si me muero. Si la vida viviese por compasión, puedes estar seguro de que nada tendrá que ver con la muerte. Pero cuando llegue ese instante, déjame verte, pues no hay mayor libertad que tenerte enfrente; no hay mayor placer que morir en tu risa; no hay mejor condena que la crucifixión en tu pelo. Y te lo pido, tornando miserable, sin importarme, sin saber lo que sé o lo que escribo, pero, a duras penas, aquí estoy, y aquí te pido. Con las manos vacías, con la boca muerta, la voz rota, los ojos ardiendo, los oídos aturdidos, la garganta abierta en dos, el pecho contraído, los pies sordos, el cabello empapado. Con demasiadas cosas que no son nada. Con demasiadas cosas que no me hacen a mí, no me definen, ni me construyen. Me mutilan, endeudan y ahogan. Con todo esto de sobra, te lo pido, y te lo digo: me faltas.
Por eso, soy semilla en la tierra contra la última frontera.
Y por eso, tú.
Y después, yo.
Y jamás, nosotros.




No hay comentarios:

Publicar un comentario