Prométeme que no te romperás. Que no te vas a esfumar entre diez mil suspiros que finalmente resulten estúpidos. Que querrás volver a aquel sitio. Que nos verán las tres damas de piedra, riendo frente a ellas, y envidiarán el color de nuestras mejillas. Prométeme que no harás en vano, que no pronunciarás palabra que no quieras dejar salir de tu boca, que me dejarás alguna que otra vez más allí, subiendo y mirándome, y riendo y mirándote, y entonces me alejaré para volver a volver.
Quiero saber que mi tiempo no ha sido derrochado, que nuestro tiempo récord en un abrazo siempre será más del estipulado. Que sin necesidad de más por el momento, sabremos disfrutar de este descubrimiento, y dos besos en mi mejilla y otros dos en la tuya bastarán para saciar el hambre, y no habrá necesidad de acuerdos para saber que no olvidaremos. Prométeme que esto es lo que quieres. Lentamente, te entrelazaste a mis extremidades, y tú viste y yo vi todo lo que el viento trajo en un momento.
Ya está dicho, amigo mío. El viento lo silbó.
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