Te miré a los ojos y aquello no parecía un par de ojos. Dos libélulas partieron de ellos y volvieron hasta mis ojos con una historia que contar. Miré entonces a mis manos, y mis manos estaban sucias, y entre ellas estaban las tuyas. Tus huesos se encontraban allí con los míos, resonaban y era divertido. Chocaban y me estremecías casi sin querer. Se me iban los dedos y los ojos, dejé de ver la suciedad en mis manos y preferí buscar a las libélulas que aún revoloteaban nerviosas. Las agujas del reloj comenzaron sin pensar una carrera de relevo. El tiempo huía como si temiera ser descubierto. Corría con pánico, y entonces un parón. Descansaba cuando me asomaba a tu mar. Dejaba de respirar cada vez que esto ocurría. Era un trance raro y adictivo. Y cuando dejaba de mirar en tu mar, el tiempo volvía a huir como un loco; como yo de tu mar.
No lo voy a negar. No lo puedo negar. No negaré que hoy te temo. Hoy debo huir. Hoy disfrazaré el corazón de león con la sonrisa de una hiena.
Mis manos ya están sucias y llevo en mis ojos tus libélulas azules.
No lo voy a negar. No lo puedo negar. No negaré que hoy te temo. Hoy debo huir. Hoy disfrazaré el corazón de león con la sonrisa de una hiena.
Mis manos ya están sucias y llevo en mis ojos tus libélulas azules.

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