domingo, 29 de junio de 2014

Anclajes

¿Alguna vez has pensado cómo sería una última despedida con alguien que va a morir?
¿Qué le dirías? ¿Te temblaría la voz? ¿Permanecería tranquilo tu semblante? ¿Podrías acariciarle y permanecer de una sola pieza? ¿Podrías, simplemente, estar ahí sin derrumbarte?
¿Alguna vez has perdido esa última oportunidad? ¿La has dejado escapar voluntariamente?
¿Alguna vez has sido tan cobarde? ¿Tanto como para negarte a pasar por ese momento?

Aún no entiende qué clase de temor podía haberse arraigado tan adentro de sus entrañas. Aún no comprende cómo pudo pensar que negar todo aquello podría evitar lo que ya estaba brutal y definitivamente escrito. Aún no se explica cómo pudo seguir latiendo su cuerpo y su mente y su ser, sabiendo que lejos de allí, otro corazón, demasiado cercano a pesar de las distancias, dejaba de latir.
¿Acaso temía a la muerte? ¿Acaso no era consciente de que jamás podría volver a ese momento? ¿Acaso serían segundos demasiado eternos? ¿Sus piernas no correrían lo suficiente? ¿Sus brazos no habrían alcanzado aquel cuerpo ya cansado y a medio dormir? ¿Acaso no entendía el significado de un "adiós"?
No, no temía a la muerte. Era consciente de que sus ojos no volverían a posarse sobre aquellos ojos entrecerrados. Los segundos se habrían congelado allí dentro, pesarían como toneladas, y aplastarían su pequeño cuerpo; pero eran segundos, y como segundos que eran, acabarían, morirían, y dejarían a más segundos llegar. Sus piernas habrían corrido como jamás lo habían hecho, y la habrían alcanzado. Sus brazos abrazarían como jamás lo habían hecho, y la habrían alcanzado. Alcanzaría a entender aquel adiós, con punto y final.
Pero se temía a ella misma. Temía a su debilidad. Tenía miedo a su punto débil. Tenía miedo a que aquellos ojos le vieran desfallecer allí en medio. Temía no soportar el peso de la situación. Temía no saber cómo decir adiós. Tenía miedo de las lágrimas que apenas podía retener. Y sentía la contradicción más viva, palpitante, que jamás haya probado en este mundo. Sentía el coraje, el miedo, la rabia, la impotencia. Sentía que había comenzado una carrera contrarreloj, y ya había desperdiciado demasiado tiempo; tiempo que, en la distancia, se despedía para siempre de aquellos ojos a los que, por miedo, jamás dijo adiós.

¿Cuánto habrá llovido desde entonces...?
Demasiado. Y sin embargo, no lo suficiente.
Hacía mucho tiempo que aquellos ojos se habían marchado, muy lejos de aquí, y de este mundo quizás. Ahora nadie puede asegurar dónde están. Lo único seguro es la irrevocable ausencia, la irreversible decisión de abrazar al miedo y no decir adiós.
De aquellos ojos nada le quedaba.
De aquella voz ya dormida, el timbre de sus palabras apenas recordaba.
Conservaría sin embargo, y para siempre, el peso del momento no vivido, de su último resquicio de vida, de su último mirar, de su última sonrisa quizás. ¿Sufría? ¿Lloraba? ¿Permanecía tranquila y en paz? ¿Comprendía su final? ¿Tuvo miedo? ¿O por el contrario reía, feliz?
Jamás encontraría una sola respuesta. Todas se esfumaron con el adiós que  jamás salió de boca. Todas se congelaron en el momento que jamás tuvo lugar.
Todas, absolutamente todas, murieron con ella y con mi muda despedida.




viernes, 27 de junio de 2014

El nombre de la rosa

Sólo me queda callar.

[...]

Me internaré deprisa en ese desierto vastísimo, perfectamente llano e inconmensurable, donde el corazón piadoso sucumbe colmado de beatitud. Me hundiré en la tiniebla divina, en un silencio mudo y en una unión inefable, y en ese hundimiento se perderá toda igualdad y toda desigualdad
, y en ese abismo mi espíritu se perderá a sí mismo, y ya no conocerá lo igual ni lo desigual, ni ninguna otra cosa: y se olvidarán todas las diferencias, estaré en el fundamento simple, en el desierto silencioso donde nunca ha existido la diversidad, en la intimidad donde nadie se encuentra en su propio sitio. Caeré en la divinidad silenciosa y deshabitada donde no hay obra ni imagen.

Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus.



lunes, 23 de junio de 2014

Respirar

El mundo desenfocado saluda entre las pestañas. Y entonces, el aire. El aire que llega a los pulmones. Y allí llega la sangre y recoge millones de pequeñas partículas gaseosas para volver de nuevo al corazón. Sístole auricular. Cerradas las válvulas correspondientes, llega ahora la sístole ventricular, y como un rayo de electricidad ardiendo, la sangre saldrá disparada al resto del cuerpo, a todos y cada uno de los más recónditos recovecos escondidos del cuerpo.
Una y otra vez, el corazón se contrae y se relaja.
Una y otra vez, el corazón late y siempre calla.

Una mañana, el mundo parece más enfocado de lo habitual, y saluda de nuevo entre tus pestañas. Y entonces, la brisa se cuela por el balcón, por debajo de las sábanas. El aire alcanza tus pulmones. Tus manos se entrelazan con esas manos, y allá que va tu sangre, y tu mente, y tu sed, y tus ojos. Y allá que vas tú. Y recoges la siembra olvidada. Siembra que vuelve a tus pulmones, y entra en tu sangre, entra en tus entrañas, entra en tus latidos, entra en ti y suavemente te araña. Sístole auricular. Sístole ventricular. Fuera, como un rayo de luz, cruza tu cuerpo llevando el recuerdo de las noches reversibles a huecos de ti de donde jamás escaparán. Quedan incrustados ahí dentro.
Una y otra vez, tu corazón se contrae y se relaja.
Una y otra vez, recuerda las noches reversibles.
Escuchas el silencio tranquilo entre latido y latido. Tu corazón vacila entre segundos callados que podrían parecer eternos. Pero cuando late, ya casi habla. Casi lo alcanza. Articula palabras más allá de la piel.

Y se contrae.
Y se relaja...




domingo, 15 de junio de 2014

Cénit

¿No lo ves?
Apenas necesito abrir la boca, y ya sabes todo lo que tengo que decirte. Ya se van desbordando las horas dentro de mí, y ya mis ojos casi te gritan como locos. Poco a poco me destapo como llevaba ya tiempo sin hacer. Llegas y me descubres casi sin esfuerzo, como si tuvieras todos los derechos ganados de hace tiempo. Y yo me juego todo lo reservado hasta ahora, escondido en un rincón, y te dejo entrar como quien da la bienvenida al sol después de un largo invierno, y caes despacio sobre mi cintura y yo lo acepto, bebo de lo que creía que sería veneno, y arrojo la copa al suelo.
Apenas necesitan rozarme tus dedos para imaginarme disfrazada con tu piel, transpirándote poquito a poco, rompiendo todos mis esquemas. De forma irreversible, media de tu sonrisa me asegura soñar bonito, con la delicadeza y la fragilidad de toda esta casualidad. Y apenas consigo perderte de vista incluso cuando no estás a mi vera, porque te recuerdo y juro que estás clavado en los dos lados de mi cama, para las buenas noches y los buenos días. Voy bajando la impasible guardia y me descongelo en tu fuego amigo.
Apenas necesito oír tu voz para escucharte en mil canciones, en cientos de acordes diferentes, anclado en cada nota que arranco de la guitarra. Me quedo más tranquila si son tus brazos los que me envuelven. Encuentro mayor placer al cerrar los ojos y dormir si es tu calor el compañero con quien las comparto. Me crezco un poco más si son tus dedos los que me brindan sonrisas cómplices, y ya casi vuelo mejor leyendo páginas de libros que te llevan atado a sus historias.
Apenas ha llegado tu complicidad, como una libertad soñada, y la vida sabe ya un poco mejor.

martes, 10 de junio de 2014

Veneno

¿Cuándo han llegado las nubes? Han vuelto a equivocarse en la predicción del tiempo. Queda menos a lo que aferrarse. Queda menos suelo firme; la lluvia traerá su fango. Su cama se quejará todas las noches y apenas la dejará dormir. No se dará cuenta ni de su propia ausencia y perderá el poco sentido que le queda. ¿Qué pretende? Tan vulnerable y poca cosa. Tan débil. Tan ella. No va a engañar a nadie; va a empezar a romperse. Ni siquiera pudo ser fuerte para ella misma. Sinceramente, da un poco de lástima. Ahora colecciona las ojeras que siempre esquivó. Consume sonrisas de usar y tirar. Y sigue teniendo esa patética barrera, sigue sin soltar prenda, sigue callando presa de un silencio que sólo ella se impone. Ojalá y que se pudra en su silencio. O eso, o que salga de una vez de su propia cárcel. Tanto miedo le hace débil. Tanto miedo le hace estúpida. Le deja indefensa. Ojalá abra de una maldita vez los ojos. Ojalá que despierte y deje de buscar antídotos.
Porque odio a esa chica.

lunes, 9 de junio de 2014

Tiempo muerto

De todos los valores que reconocemos como válidos para toda la vida y para todos los seres humanos, tal vez sea precisamente eso, lo perdurable, lo duradero, lo que no lleva la etiqueta de usar y tirar, una de las cosas que más deberíamos resaltar y no pasar tan por alto.
Nuestro tiempo está impregnado de todo lo contrario, bañándose en el cambio continuo, la búsqueda de la novedad, comidas rápidas, amores rápidos...y por supuesto, fracasos rápidos. Nos basta con parecer ser (que es más rápido) en lugar de ser realmente (más lento pero duradero). Adoramos sin saberlo, casi sin ser conscientes, a lo superficial, a lo cambiante, que nos desarraiga de nuestro propio ser. Sin embargo, todas aquellas cosas que realmente podrían cimentar al fin un poco de felicidad están sujetas a la perdurabilidad. ¿Por qué tanta prisa entonces? ¿Por qué tan poca profundidad? Somos maestros de primera a la hora de ignorar nuestro interior mientras vivimos aquí afuera; ese interior que busca reconocer su inmortalidad a través de lo que vence al tiempo, y dejar de ser al fin insaciables.




Dame

Dame algo más que silencio o dulzura,
algo que tengas y no sepas.
No quiero regalos exquisitos,
dame una piedra.

No te quedes quieto mirándome,
como si quisieras decirme 
que hay demasiadas cosas mudas
debajo de lo que se dice.

Dame algo lento y delgado
como un cuchillo por la espalda.
Y si no tienes nada que darme,
dame todo lo que te falta.

(Carlos Edmundo de Ory)