De todos los valores que reconocemos como válidos para toda la vida y para todos los seres humanos, tal vez sea precisamente eso, lo perdurable, lo duradero, lo que no lleva la etiqueta de usar y tirar, una de las cosas que más deberíamos resaltar y no pasar tan por alto.
Nuestro tiempo está impregnado de todo lo contrario, bañándose en el cambio continuo, la búsqueda de la novedad, comidas rápidas, amores rápidos...y por supuesto, fracasos rápidos. Nos basta con parecer ser (que es más rápido) en lugar de ser realmente (más lento pero duradero). Adoramos sin saberlo, casi sin ser conscientes, a lo superficial, a lo cambiante, que nos desarraiga de nuestro propio ser. Sin embargo, todas aquellas cosas que realmente podrían cimentar al fin un poco de felicidad están sujetas a la perdurabilidad. ¿Por qué tanta prisa entonces? ¿Por qué tan poca profundidad? Somos maestros de primera a la hora de ignorar nuestro interior mientras vivimos aquí afuera; ese interior que busca reconocer su inmortalidad a través de lo que vence al tiempo, y dejar de ser al fin insaciables.
Nuestro tiempo está impregnado de todo lo contrario, bañándose en el cambio continuo, la búsqueda de la novedad, comidas rápidas, amores rápidos...y por supuesto, fracasos rápidos. Nos basta con parecer ser (que es más rápido) en lugar de ser realmente (más lento pero duradero). Adoramos sin saberlo, casi sin ser conscientes, a lo superficial, a lo cambiante, que nos desarraiga de nuestro propio ser. Sin embargo, todas aquellas cosas que realmente podrían cimentar al fin un poco de felicidad están sujetas a la perdurabilidad. ¿Por qué tanta prisa entonces? ¿Por qué tan poca profundidad? Somos maestros de primera a la hora de ignorar nuestro interior mientras vivimos aquí afuera; ese interior que busca reconocer su inmortalidad a través de lo que vence al tiempo, y dejar de ser al fin insaciables.

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