lunes, 25 de marzo de 2013

Eterno atardecer de una mente sin recuerdos


Está bien, está bien... Estoy bien.
Dejadme un momento que controle lo que tengo bajo los pies. Hay mucha tierra. Hay barro. Si lo piso demasiado me hundiré, porque ha llovido. Y no puedo volar, así que...Eso es: tengo que pisar el barro, y tengo que hundirme. Necesito hundirme en los más profundo del asqueroso lodo que tengo bajo mis pies. Eso es, dejaré que me asfixie, que me inmovilice y que la presión de toda la tierra sobre mi cuerpo me rompa las costillas, fracture cada hueso de mi esqueleto, desencaje cada vértebra de mi columna, reviente cada vena y arteria y haga brotar la sangre de cada uno de mis orificios. Dejaré a las olas de dolor inundar mi playa, destruir todo lo que se encuentren a su paso, y después convertirán mi playa en un desierto donde ya no habrá barro ni lodo, sino dunas infinitas de arena que arde bajo un sol abrasador. Caminaré descalza por ese desierto, y sentiré las tiras de piel desprenderse de mis pies a latigazos por el calor insoportable de la arena. Mi lengua seca pedirá a gritos un poco de agua para calmar la sed que corroe a mi boca y mi garganta, pero mi desierto solo me dará a cambio más sol, más dolor. Y menos esperanza. Mucha menos.

Vuelve y sácame de aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario