miércoles, 8 de mayo de 2013

Reflejos y realidad

Ando sin saber la verdad. Ando ignorando. Soy una sinrazón sin lógica ni sentido. Por no tener, no tengo ni dirección siquiera. Soy desorden y culpa. Humana.
No tengo amor ni destino con señales. No sé si tengo metas. No me queda música dentro. Pero ando.
Ando tras perder la fe en todo lo que viví. Ando notando la pérdida de amistad. Ando sintiendo las distancias y el silencio absurdo. Me lleno de un extraño y desagradable odio al avanzar, injusto e irracional en parte. Ando sin saber bien qué decir o pensar a cada instante. 
Veo el mundo a través del reflejo deforme del río que capta mi cámara, sentada en los viejos tablones de madera, sin ganas de levantar la mirada para ver la realidad sin deformar. Y mientras caminaba viendo mi mundo en aquel tranquilo reflejo, alguien se asomó por allí. Me pilló algo desprevenida y no supe bien cómo actuar.
Era un chaval algo desaliñado. Él también miraba el reflejo del río mientras andaba, y entonces se detuvo, y automáticamente, yo me paré tras él. Me quedé al margen, observando con cautela a aquel chico que miraba absorto el río. Los peces que saltaban a veces por la superficie provocaban ondas y la imagen del chico se deformaba en el agua. Por más que me fijaba, nunca lograba del todo verle con claridad, definir sus rasgos. Intenté capturarle en alguna fotografía, pero siempre salían movidas y borrosas.
Él parecía no verme en ningún momento, como si mi reflejo en nuestro mismo río fuera invisible a sus ojos.
Hasta que un día, tras haber dormido una plácida siesta junto al río, abrí los ojos y miré al río; allí estaba él, sentado junto a mí. Me miraba y le miraba. Los dos guardamos silencio durante unos largos segundos, y entonces me saludó con un hola decidido, pero tímido.
Fue en ese momento cuando comprendí que sólo quedaban buenas cosas por llegar, pues había estado tan hundida en la miseria que nada peor podía ocurrir. Supe que comenzaba a cumplirse aquello de que después de la tormenta llega la calma. Supe que en un tiempo, quizá más rápido de lo que yo pensaba, levantaría la mirada más allá del reflejo del río, y le miraría a la cara. Y, por fin, podría verle. Podría verme, y levaría mis anclas.



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