Soy una fortaleza milenaria.
Llevo ya mucho tiempo en pie, pero justo hoy vi cómo se derrumbaba una de mis torres. Se esfumó por culpa del tiempo, o quizás fue por tu culpa...Cedió, y los años pesaron demasiado.
Pero, ¿qué será de la fortaleza cuando vueles? Nadie sabe si se abrirán sus puertas o si, simplemente, se limitará a observar caer y desfallecer cada una de sus torres y sus gruesas murallas.
Tras las vidrieras de sus habitaciones observo la vida al desnudo de esos seres, que a mis ojos son muy únicos. Y descubro que allí fuera estás tú: especialmente brillante entre tantos únicos. Y vi al mundo y te vi a ti. Me aparté lo antes posible de la ventana desde la que te vi, y crucé muchos pasadizos desconocidos por mi propia fortaleza para alcanzar otra ventana diferente desde la que seguir observando a los seres únicos.
Me arrepentí en lo más profundo de mi ser nada único, sabiendo que ese sentimiento estaba mal colocado si había aparecido allí. Quise colocarlo en su sitio, que no era otro sino un pequeño baúl insonorizado, para paliar la voz de aquel sentimiento. ¿A quién iba a engañar? Tenía que hacerlo callar cuanto antes mejor.
Hice de mi vida una dictadura y me encerré en mi fortaleza, pues ya hace algún tiempo salté las murallas y caí justo aquí, así que no debía saltar de nuevo. Sabía que, pronto, verte sería lo más hermoso y triste del mundo. Por esa misma razón me encerré. Pero yo misma me ponía trampas, y al asomarme a las vidrieras, sin quererlo, te buscaba con la mirada.
Envidiaba a los seres únicos.
Vivían sin murallas ni fortalezas. Eran todo vida y risa. No necesitaban vidrieras para observarte porque te tenían al lado. Me fui rompiendo allí dentro; dentro de mí misma. Y las torres se fueron haciendo débiles y las murallas frágiles; hasta que una segunda torre se hundió entre las murallas.
Para cuando quise salir de mi fortaleza ya era demasiado tarde y no podía. A cada día que pasaba, mi miedo a verme enterrada por un derrumbamiento inesperado aumentaba, y tenía que pisar con extrema precaución cada rincón de la fortaleza, o de lo que iba quedando de ella.
Mi dictadura se había transformado sin avisar en una cuenta atrás. Y mientras observaba, derrotada, cómo mi fortaleza inestable se derrumbaba, en mi mente se dibujaban imágenes de mundo en el que, una vez, fuimos un mismo ser. Y, tras la vidriera, me dispuse a esperar que el derrumbamiento me alcanzara...
Pero entonces lo escuché. Escuché aquel sentimiento que tiempo atrás escondí en el pequeño baúl insonorizado, tal y como hice conmigo misma en la fortaleza. Tal era la fuerza de su voz, que el baúl estalló en mil pedazos e inundó toda la fortaleza. Comencé a correr por los pasillos infinitos donde la noche parecía haber caído ya, cuando fuera, donde estaban los seres únicos, brillaba con fuerza el sol. Sabía que buscaba algo, pero no sé qué exactamente. Y llegué a una puerta que jamás había visto antes.
Se trataba de una vieja puerta de madera, grande e imponente. Pero lo curioso de esta puerta inesperada, era la llave de metal que estaba metida en la cerradura. Me quedé quieta, allí plantada. Era como si alguien hubiera colocado esa puerta allí, justo en ese momento, cuando más la necesitaba, e incluso me cedía la llave para cruzarla. Cuando me acerqué tímidamente, pude comprobar que la voz del sentimiento se hallaba tras la gran puerta, y mi mano temblorosa giró la llave para abrirla.
Me inundó una cegadora ola de luz blanca, y mientras cruzaba, me vi forzada a cerrar los ojos ante tal intensidad. Sin embargo, cuando los volví a abrir me envolvía la noche eterna.
Ya había anochecido en el mundo de los seres únicos.
Me encontraba en la azotea de un alto edificio, y junto al pequeño muro que nos separaba de la caída más brutal, allí, estabas tú. Tan sólo veía la silueta negra de tu cuerpo que recortaban las luces lejanas de una gran ciudad a kilómetros y kilómetros de distancia de nosotros. En el cielo brillaban, pequeños, los seres únicos; pero tú te habías quedado aquí abajo.
Y entonces tan sólo pude decir:
Puede que en realidad sea como tú...
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