lunes, 24 de junio de 2013

Cigarrillos


Cada situación flota sin más. Mírala: viene, ocurre y muere.
Anoche fumaba un cigarro en la playa, a la orilla. Hacía un frío terrible y se le erizaba el vello. Le dio una calada profunda.
El pelo trenzado caía sobre su espalda y el vestido corto, tan negro como aquel cielo que la sobrevolaba, se mecía entre los empujones del viento que se levantaba entre las dunas. La marea luchaba por alcanzarle los pies pero ella mantenía las distancias. Allí sentada tan solo se preocupaba por mirar el mar tranquilo enfrente suya y darle caladas al cigarrillo que se consumía entre sus dedos.
Le dio entonces otra calada, entrecerrando los ojos. Y cuando fue a espirar, alzó el cigarrillo y se lo puso a la altura de la cara. Espiró entonces, y se quedó observándolo. Todas las cartas que nunca envió estaban allí, consumiéndose con él, y simplemente se iban, como situaciones y oportunidades. Llaman a tu puerta para despedirse.
Después de esto y a pesar de que el cigarrillo no se había consumido del todo, lo hundió en la arena sin apartar la mirada del mar. Sacó el paquete de cigarrillos y el mechero del bolsillo de su vestido y los dejó en la arena.
Olía a verano y a despreocupaciones. Olía bien. Se puso en pie y volvió la cabeza para afirmar que seguía estando sola en aquella playa a oscuras. Se levantó un poco más de viento y apretó los dedos de los pies entre la arena. Sacudió un poco los brazos queriendo expulsar el frío de su interior y después se quitó el vestido. Se descalzó, y echó a correr hacia el mar. Pero algo extraño ocurría, y es que nunca llegaba a él. El tiempo parecía ir más despacio como si la vida ocurriera a cámara lenta. Y así corría ella, a cámara lenta.
Volvió la vista hacia atrás y vio su ciudad en llamas. Todo lo que una vez tuvo ardía ahora, y como uno de sus cigarrillos, se consumía. Asustada, corría viendo su ciudad morir, ardiendo en el reflejo vidrioso de sus ojos, y olvidó que su objetivo era mirar hacia adelante, hacia el mar hacia el que corría pero que nunca alcanzaba. Nunca alcanzaba... Y recordó. Y en el instante en que volvió la vista hacia adelante las cadenas que ataban al tiempo se rompieron y éste fluyó de golpe, a gran velocidad.
Cuando menos se lo esperaba, su pie derecho impactaba brutalmente contra el agua helada de la orilla, y después su pie izquierdo, las rodillas, la cintura, manos...y se sumergió.
Y como situación, vino, ocurrió y murió. Y el segundo cigarrillo comenzó a consumirse, pero no entre sus dedos. Se consumió en su ciudad ardiente, mientras ella se sumergía.

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