martes, 11 de junio de 2013

Hola y adiós


Hoy una pequeña abeja se coló por mi ventana.
Y yo sentada junto a ésta mientras escribía, allí anclada me quedé. ¡Me ancló el miedo!

Nunca me ha picado una abeja, pensé, y cerré los ojos pensando en moverme y dejar el miedo absurdo a un lado. Lo conseguí. Los abrí de nuevo y de un salto me levanté y me giré a observar con cuidado mi habitación vacía por la que debía de estar rondando dicha intrusa.
Venga hombre, ¿dónde estás? Y entonces la vi aparecer al fondo, y respiré más rápido, incluso di un pequeño paso hacia atrás, pero ni uno más. Ella fue acercándose cada vez más, zumbando y dando vueltas, y parecía que se acercaba sin querer, ¡como si disimulara al hacerlo! Como quien no quisiera, y sin embargo yo la sentía cómo una amenaza. ¿Qué hago ahora? ¿Y si me pica?, pensaba yo. Y no hice nada. Me quedé allí plantada, y la abeja bien podría haberme picado con toda la tranquilidad del mundo. Pero no lo hizo.
Vi cómo en lugar de eso -que yo ya había dado por supuesto y que de algún modo ya había asimilado- la abeja pasaba por mi lado haciendo círculos y círculos, y con cuidado, me giré para ver adónde iba la pequeña. Y la vi en el escritorio, allí quieta. No se movía, y me quedé extrañada. Me acerqué un poco y la observé durante unos momentos. Se movía muy poco, cada vez menos.
Y entonces sus movimientos fueron disminuyendo cada vez más...hasta que murió sin más.

Esta es una anécdota sin apenas importancia o relevancia alguna. Es una anécdota vulgar quizás. Pero es la triste y curiosa anécdota de una abeja que entró en mi habitación para morir.


No hay comentarios:

Publicar un comentario