martes, 10 de septiembre de 2013

Festival de colores





Hoy le dibujaba en miles de situaciones diferentes, azuladas, grisáceas, siempre frías. El marco que rodeaba mis imágenes rara vez cambiaba de sabor de boca final, pero no parecía importarme. Dilapidaba mi sueldo mental, que ya de por sí era bastante escaso. Había rayos de luz que trazaban su camino hasta mis pupilas, y mis ojos se entrecerraban. Fue entonces cuando me cegué mínimamente, aunque lo suficiente como para añadir algo de verde a sus ojos, que yo recordaba ya negros y vacíos. Reviví sin querer el color donde nos encontrábamos escondidos en silencio, y mis colores se esparcieron por la habitación.
A su colorida imagen confesé por un momento haber perdido el juicio. Toqué fondo, mordí el polvo y besé el suelo. Me equivoqué más veces que acerté, dibujándole mientras el sol manchaba mis ojos y, sin querer, los suyos con demasiados colores para ser él.
Para entonces, siendo culpable aquel maldito sol, sus mejillas habían sido marcadas con trazos anaranjados, sus ojos verdes se me clavaban, su pelo raro ondeaba en mil tonos de castaños, amarillos, rojos, azules, violáceos. Quedaba trazado sobre mis días raros.
Terminaron sus caminos cruzados mis lápices y pinceles cuando mi cuaderno se cerraba. Pero había algo muy extraño en mí, notaba que algo me había ocurrido. Usé mil colores por culpa del sol, y a pesar de ello, mis manos tan solo estaban manchadas de grises y azules, y estaban frías.
¿No serían mis ojos los que le coloreaban?, me pregunté con algo de miedo, y un tambor retumbaba en mi pecho. Mi habitación tornó en gris y azul, y se volvió tan fría que de mi boca salía vaho al respirar. Me llevé las manos a la boca para intentar calentarlas con algo de aquel vaho, pero solo conseguí manchar mi cara de gris y azul, y pronto se extendió por todo mi cuerpo al mismo tiempo que me hacía débil allí dentro. Y mi cuaderno permanecía sobre la mesa, goteando amarillo, cian, naranja, verde... Tan solo tuve que volver a abrirlo para entender que lo que le hacía grande dentro de mi mente no era otra cosa más que yo misma.

Cuando cerré la puerta de mi colorida habitación goteaban grises y azules del frío cuaderno que decidí soltar sobre mi mesa. Mis manos estaban repletas de colores y de vida. Yo misma estaba repleta de colores y de vida.
Sí, decidí no volver a hacerle grande.
Y se hizo muy pequeño.

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