Esto ya va tomando forma. Ahora todo se va aclarando un poco más.
Enciendo mi cigarro, empiezo la primera calada. Entrecierro los ojos y observo cómo se desata el humo. Por las esquinas de la habitación rebota sin cesar la melodía de un piano. Rebota y choca, cambia su rumbo, su dirección, su norte, su sentido. Cambia. Y si cierro los ojos, despacito, puedo sentir que me transformo en las notas que se desprenden del piano, que rebotan y viajan dando vueltas, rodando, por las esquinas y paredes de la habitación. Pero esto no es una de esas decisiones que siempre duelen, así que abro los ojos de nuevo y decido transportarme de vuelta a mi cuerpo, mi instrumento de vida, y refugiarme allí de sus demonios. Así mejor. Mis pulmones van expulsando el humo también, y se siente bien estar allí y no hacer nada. Se siente extrañamente bien, porque por fin estaba teniendo un momento para mí. Y mientras consumía aquel cigarro, calada tras calada, pensé en ti. Pensé en las palabras que escribiste, y créeme si te digo que, en mi cara, apareció una de esas sonrisas extrañamente reales y profundas. Las echaba de menos, esas que tú me das. Créeme. Y ahora se convierten en mi droga personal, un deseo garantizado si tú rondas por aquí cerca. Me conviertes poquito a poco en prisionera del cielo de tu boca, en drogadicta a ti. No eres fácil de olvidar, y te quedas anclado en los recovecos de mi cabeza, y mis huesos y piel te llaman a ti. Y me siento bien, y pienso: no leves anclas, y quédate cerquita.
Y el cigarro se consumió por completo, pero esa sonrisa seguía en mi boca. Créeme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario