martes, 30 de abril de 2013

Allí se paró mi reloj de arena

Cuando el tiempo se detuvo, pude visualizarlo desde fuera...

Flotaba tranquila entre sábanas negras que acariciaban mi cuerpo desnudo. Tocaban, fingiendo casualidad, mi espalda marmólea, mis labios dormidos, mis pies entrelazados, y entre ellas soplaba una leve brisa que traía el aroma del mar hasta mi nariz, y el sonido de las olas al romper hasta mis oídos aún despiertos. Cabellos de cobre bailaban alrededor de mi cabeza, como si me encontrase sumergida bajo el agua de un mar donde convivían armoniosamente la música y el silencio. Nunca jamás había visto existir la paz sin la guerra, la satisfacción sin el dolor, la vida sin la muerte; a excepción de allí.
Allí, mirándome a mí misma, pude ver paz sin necesidad de conocer la guerra. Pude sentir satisfacción sin recordar qué era el dolor. Pude sentirme viva, y perder de vista a la muerte.
Allí pude sentirme tan pequeña y protegida como si me encontrara en el vientre de mi madre. Se justificó mi existencia y sentí que volvía a amar.
Allí no tenía la necesidad de desear, pues el deseo muere automáticamente cuando se logra: fenece al satisfacerse. Y el amor, en cambio, es un eterno insatisfecho, que a veces hace de la bestia un hombre, y del hombre una bestia.
Allí, volví a mi interior y dormí durante varias eternidades...cuando se detuvo el tiempo.

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