martes, 23 de abril de 2013

Un semáforo en rojo


Hoy mi cabeza te ha soñado. Ha soñado a tu abrazo y a tu inocente beso y, no sé si por desgracia o por suerte, no recuerda nada más. Un sueño de cartón en medio de una fuerte tormenta. Sin embargo, se sentía tan real y cercano, que odié con todas mis fuerzas despertar. Lo odié como nunca he odiado, y grité a esta puta realidad. Le pregunté a gritos que por qué, por qué, no me dejaba seguir bañándome en ese sueño. Por qué no me dejaba ser feliz, y sentir ese calor que hoy he extrañado, cuando, esperando a cruzar en un paso de peatones, mi mente divagando se perdió en recuerdos y se asustó. Se asustó, y me asusté, y me entristeció el alma darme cuenta de que esa sensación de calor, esa intimidad con la que yo convivía, nuestro fuerte enlace que veo en mis recuerdos, todo eso, ahora me parecía...extraño. Como si todo eso fuese ahora irreconocible. ¿Dónde está aquella increíble confianza? ¿Dónde quedó? ¿Es que está aparcada para no regresar jamás? Me apenó muchísimo, porque cuando me veía en mis recuerdos, me di cuenta de que no me veía a mí, sino que era como si viera a una extraña que hacía y vivía en mis recuerdos todo aquello que yo hice y viví en su momento. Las vivencias se me escapaban de la memoria, y esto no quiere decir que las olvide ni mucho menos; es algo más complejo. Como si los lazos que me unen a ellas fueran desgastándose y cada vez me fueran resultando más y más extrañas, más raras, menos parte de mí. Fue entonces cuando el pitido intermitente y constante que indicaba que podía cruzar comenzó a sonar, haciendo que volviera de sopetón al mundo real, que abandonara mi mente caótica y que mis ojos enfocaran de nuevo lo que tenían delante. Después mi cerebro ordenó cruzar, y así lo hice.



No hay comentarios:

Publicar un comentario