Hoy
mi cabeza te ha soñado. Ha soñado a tu abrazo y a tu inocente beso
y, no sé si por desgracia o por suerte, no recuerda nada más. Un
sueño de cartón en medio de una fuerte tormenta. Sin embargo, se
sentía tan real y cercano, que odié con todas mis fuerzas
despertar. Lo odié como nunca he odiado, y grité a esta puta
realidad. Le pregunté a gritos que por qué, por qué,
no me dejaba seguir bañándome en ese sueño. Por qué no me dejaba
ser feliz, y sentir ese calor que hoy he extrañado, cuando,
esperando a cruzar en un paso de peatones, mi mente divagando se
perdió en recuerdos y se asustó. Se asustó, y me asusté, y me
entristeció el alma darme cuenta de que esa sensación de calor, esa
intimidad con la que yo convivía, nuestro fuerte enlace que veo en
mis recuerdos, todo eso, ahora me parecía...extraño. Como si todo
eso fuese ahora irreconocible. ¿Dónde está aquella increíble
confianza? ¿Dónde quedó? ¿Es que está aparcada para no regresar
jamás? Me apenó muchísimo, porque cuando me veía en mis
recuerdos, me di cuenta de que no me veía a mí, sino que era como
si viera a una extraña que hacía y vivía en mis recuerdos todo
aquello que yo hice y viví en su momento. Las vivencias se me
escapaban de la memoria, y esto no quiere decir que las olvide ni
mucho menos; es algo más complejo. Como si los lazos que me unen a
ellas fueran desgastándose y cada vez me fueran resultando más y
más extrañas, más raras, menos parte de mí. Fue entonces cuando
el pitido intermitente y constante que indicaba que podía cruzar
comenzó a sonar, haciendo que volviera de sopetón al mundo real,
que abandonara mi mente caótica y que mis ojos enfocaran de nuevo lo
que tenían delante. Después mi cerebro ordenó cruzar, y así lo
hice.
No hay comentarios:
Publicar un comentario