domingo, 28 de abril de 2013

Extraña risoterapia de un árbol sin raíces


Veía el mundo desde el interior de la bañera llena de agua. La burbujitas que salían de su nariz ascendían como pececillos. Qué bonito y sencillo era todo visto desde esa perspectiva, simplemente porque no había nada más que su cuerpo allí dentro. Soltó un poco de aire, y su mundo se balanceó inestable formando ondas, y sonrió ante aquella visión.
No malgastó su tiempo pensando en alguien allí abajo. Era extraña la alegría que sentía, pero era tan bienvenida que comenzó a reir allí abajo, escuchando a su voz sorda. Bajó la mirada a sus pies y observó a sus deditos moverse y bailar; estaban vivos. Ella estaba viva, y no estaba necesitando del aire podrido de siempre; ese aire que tenía que respirar cuando no lograba sumergirse todo lo que debería.
El agua se estaba helando cada vez más y su piel comenzaba a ser cristal, era su propio desafío a la muerte en su eterno estar presente, acechando a cada instante, sin dejarse conocer, para ser temida por todos. Las cadenas le habían enseñado a volar, el amor le había enseñado a mentir, y la vida le había enseñado a morir.
Cerró los ojos.
Aún quedaba un poco de su sabor en su boca, aún resaltaba un poco difícil decir qué estaba pasando. Aún quedaba un poco de su fantasma en ella: su debilidad. Aún quedaba un poco de su cara que no había besado. Se alejaba un paso de ella cada día, y le resultaba aún un poco difícil definir qué pasaba. Aún quedaba un poco de su canción en su oído, aún quedaban algunas palabras que seguía esperando oír. Sin embargo, no se permitió centrar sus pensamientos en lo que aún quedaba de él. Su mente, en esos momentos, bajo el agua, se asemejaba más a algo así:

"Lo que quiero de ti es que vacíes tu cabeza. Dicen que pasará, así que ya está bien de mojar  mi almohada. Hacemos lo que podemos para ser libres, pero se me viene todo encima y soy un árbol sin raíces.
Lo que quiero de nosotros es que borremos nuestras mentes. Finjamos un escándalo, y ni una despedida más. Nos volvimos ciegos cuando más necesitábamos ver, y a mí se me derramó el mundo entero cuando vi cómo, ante mis ojitos llenos de la nada más infinita que se pueda imaginar, rompías nuestra historia en mil pedazos diminutos e insignificantes. La matabas.
Así que, que te jodan, a ti y a todo lo que me haces pasar. Te digo que lo dejes, porque esto no significa nada para ti. Y si me odias, ódiame tanto que puedas dejarme fuera, dejarme marchar, dejarme ir de este infierno que siento cuando estáis cerca. 
Déjame ir, déjame marchar. Lo que quiero de todo esto no es más que aprender a dejarlo ir. No sólo a ti, sino a todo lo que hemos pasado. Los asesinos reinventan y después se lo creen, así que déjame decirte que te jodan. A ti, a todo lo que ya no me das, a todo lo que no me dejas ofrecer, a todo lo que pretendes y -no entiendo cómo- consigues ignorar. Y ódiame; ódiame tanto que seas capaz de dejarme fuera de todo esto.
Ódiame tú, porque yo no puedo..."

Había caído para entonces en un dulce letargo, y suavemente abrió los ojos. De su nariz no ascendía ya ninguna burbuja. El mundo no se deformaba en ondas tranquilas. Y a pesar de tener los ojos abiertos, éstos ya no veían nada. Su piel de cristal se había vuelto pálida y sus labios habían perdido su color. Los dedos de sus pies terminaron su baile hace rato. Y el árbol sin raíces se marchitó.





No hay comentarios:

Publicar un comentario